Desde el impacto de la peste negra en 1348 hasta fines del siglo XV, Cataluña perdió casi la tercera parte de su población. Si en el censo de 1359 el Principado tenía 74.849 fuegos (hogares), en 1497 habían descendido hasta 52.877. La recuperación se podía haber iniciado antes, pero la guerra civil (1462-1472) y la revuelta de los remensas frenó el crecimiento vegetativo y la llegada de población foránea. No fue hasta que se pacificó el campo con la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486), cuando las medio vacías tierras catalanas y los salarios más altos atrajeron a jornaleros franceses. Esta inmigración fue en aumento a lo largo del siglo XVI y se prolongó hasta 1625. Atraídos por esas favorables condiciones económicas, los franceses huían de la superpoblación crónica del Pirineo y Prepirineo, primero, y décadas más tarde de las guerras de religión entre católicos y protestantes.
Jordi Nadal y Emili Giralt estudiaron este enorme movimiento poblacional en una monografía publicada en 1960. En su libro aportaron numerosos datos que fueron completados décadas más tarde con infinidad de pequeños trabajos de otros demógrafos catalanes. Gracias a esta labor sabemos que bajo el reinado de Felipe II la quinta parte de los varones catalanes habían nacido en Francia y que la distribución por el territorio del Principado fue desigual, teniendo una mayor presencia en el cinturón de Barcelona y en los lugares y villas ubicados en la línea del Pirineo central a la capital. El fenómeno sociodemográfico alcanzó también, aunque en menor medida, a otras tierras de la Corona de Aragón. De ahí que, en 1610, el cronista valenciano Gaspar Escolano refiriese que “nos van entrando tanta manada de franceses que como ovejas pasan del rigor de sus países al extremo del sosiego y la cristiandad de que saben goza España”.
Mestizaje y xenofobia
El impacto en Cataluña de esta llegada masiva de jóvenes varones --en su mayoría entre siete y veinte años-- fue tan decisivo que, en palabras de Nadal, renovó “la soca indígena”. Las cifras de maridos franceses en los nuevos matrimonios revelan porcentajes que oscilan entre el 15% y el 50%. No todos fueron jornaleros, en otras villas catalanas se instalaron numerosos artesanos. En 1583 en Terrassa eran muchos más los menestrales franceses que los catalanes. Girona, Barcelona, Igualada, Manresa, Vilafranca del Penedés, Sabadell, etc. perdieron su catalanidad medieval y se convirtieron en territorios mestizos. Los franceses se fueron asentando en calles que rápidamente se denominaron “de França”, “dels forasters”, “dels gavatxons”, etc. Además, se organizaron en cofradías, tuvieron en algunas iglesias capillas propias e, incluso, en algunas villas se le asignaron cementerios separados.
“Gente servil de condición baja y soez, que idolatra el interés y que por él se aventura a cualquier trabajo y ejercicio, por vil y abatido que sea”, escribió sobre los franceses Esteban de Corbera hacia 1620 en su Cataluña Ilustrada. Esta oleada de inmigrantes despertó muy pronto una xenofobia que perduró durante varios siglos. En Torelló y en Vic decidieron prohibir matrimonios con franceses si estos no aportaban un informe positivo del obispado. En Igualada se quejaron al Rey de que, cuando convocaban a los vecinos para el consejo general, los catalanes eran minoría, por ello propusieron implantar una suerte de apartheid, de ese modo sólo podrían asistir hombres catalanes. Una exclusión similar se hizo efectiva en Sabadell en 1609. En Barcelona, ante la proliferación de sastres de origen francés, se prohibió que éstos pudiesen alcanzar cargos de dirección en el gremio. Un acuerdo semejante se tomó en Girona en 1598 en el seno de la cofradía de carpinteros, picapedreros y albañiles aunque de “les tres pars les dos són strangers y de nació francesa”. Un duro testimonio sobre esta xenofobia lo aportó el viajero francés Bartolomé Joly en 1603: “La gente de esta ciudad de Girona y de todo el país de alrededor se burlan de los franceses haciendo tonterías, mirándonos de arriba abajo como si fuésemos gente de otro mundo [...]. En fin, son estúpidos por naturaleza, hasta insultarnos por las calles, llamándonos gabachos”.
Influencia económica
Vinieron tantos que en 1667 el virrey de Mallorca comentó “en esta isla no hay franceses, que es cosa milagrosa”. El impacto fue cuantitativo y también cualitativo, en las primeras oleadas hubo muchos jornaleros jóvenes y en las llegadas posteriores artesanos de todo tipo y condición, sobre todo tejedores, albañiles y arrieros. Y pese a la persistencia de los rechazos, con el tiempo se impusieron el intercambio, el cruce y la integración. El resultado fue una Cataluña con más empuje, renovada y, en parte, distinta a la anterior.
No se puede negar que la inmigración francesa, como sugiere Albert Garcia Espuche, influyó en el cambio económico que se produjo en Cataluña entre 1550 y 1640, fundamental para comprender la expansión del siglo XVIII. Como en otros períodos de la historia de Cataluña la inmigración resultó ser decisiva, sin ella ni la reconstitución económica ni la liliputiense acumulación de capital hubieran permitido crecimientos posteriores. En definitiva, sin la Cataluña francesa no es posible entender la identidad catalana, mestiza por definición.