Este pasado fin de semana, la plaza Nueva de Bilbao se convertía en escenario de ataques al Gobierno de Rajoy por parte del PNV con motivo del Aberri Eguna, día de la patria vasca, en donde se dejó constancia --con muchos matices entre sus oradores-- de la oposición de los nacionalistas vascos a apoyar los Presupuestos Generales del Estado (PGE), cuyo proyecto el Gobierno ha decidido enviar al Congreso de los Diputados sin contar, por el momento, con los apoyos necesarios para su aprobación.
Inicialmente, los nacionalistas vascos cimentan su oposición a los PGE en el establecimiento del artículo 155 de la Constitución española en Cataluña, aunque se intuye que todo forma parte de las bambalinas de una obra que todos los actores --PP, PSOE, PNV y CiU-- se conocen o conocían de memoria porque la llevan protagonizando desde que la democracia tomó cuerpo en España, allá por 1978. Por eso, nadie duda de que las cuentas del Estado serán aprobadas con el sí del PNV, de igual manera que en otras ocasiones fueron aprobadas por los nacionalistas catalanes, lo que no ha sido óbice para que estos últimos hayan metido al Estado español en la más grave crisis institucional jamás conocida.
Todo es cuestión de marear la perdiz, como lo llevan haciendo unos y otros desde hace cuarenta años, lo cual les ha permitido establecer un mercadillo del que todos se benefician, mientras que los ciudadanos participamos en la ópera bufa jugando el papel que se nos tiene asignados: el de votar y el de pagar impuestos.
No en vano, a finales del año pasado, el Congreso de los Diputados aprobó la ley por la que se fija el cálculo del cupo vasco hasta 2021, en unas condiciones envidiables para las provincias vascas, lo que levantó una ola de indignación entre los presidentes autonómicos tanto del PP como del PSOE. Por la cuenta que le tiene al PNV, un contrato es un contrato y este les liga con el Estado por cinco años. Así que...
Frente a los nauseabundos pasteleos políticos con los nacionalistas en España, se siente una profunda envidia de ejemplos como el alemán que enseñan al mundo el arte del consenso
Frente a estos nauseabundos pasteleos políticos, se siente una profunda envidia de ejemplos como el alemán que enseñan al mundo el arte del consenso, el último de los cuales ha permitido que el bloque conservador (CDU) de la canciller alemana, Merkel, y el Partido Socialdemócrata (SPD) de Schulz alcanzaron un acuerdo para formar un gobierno de gran coalición, tras más de cuatro meses después de las elecciones.
El acuerdo entre la CDU y el SPD --el PP y el PSOE en versión española-- contempla, entre otros muchos puntos, que los socialdemócratas estarán al frente del Ministerio de Finanzas, uno de los departamentos clave del Gobierno.
Es la diferencia entre un país que lidera Europa y otro que, renqueante, se parece cada vez más a un reino de taifas o a un mercado persa en donde todo está sujeto a trueque de vuelo bajo.
A la postre, todo es cuestión de respeto institucional, algo que aquí parece haberse olvidado. Y como muestra, valga un simple botón que repito en cada ocasión que se tercia y que está relacionado con el Basque Culinary Center, institución gastronómica cuya creación estuvo precedida por una generosa “subvención” del gobierno de España de varios millones de euros. Pese al millonario riego de euros procedente del oprobioso Gobierno central, las autoridades vascas no estaban dispuestas a bautizar la institución culinaria en la lengua que usó Cervantes para escribir El Quijote, y conscientes de que si la bautizaban en euskera --Euskal Sukaldaritza Zentroa-- iban a tener serios problemas de comprensión, decidieron apostar por el idioma inglés para bautizar el invento, sabedores que las dos grandes aportaciones gastronómicas del Reino Unido al mundo han sido el fish and chips y el roast beef.