El sábado 24 de marzo los portavoces de los grupos parlamentarios independentistas alentados por su presidente Roger Torrent entraron a saco en el lenguaje, sin contención y sin pudor. Palabras nobles como libertad, democracia, justicia, dignidad, diálogo, paz… fueron emponzoñadas para la intoxicación.
No era una novedad el uso degradado de la palabra, su utilización consciente y malévola como un arma arrojadiza no tanto contra los oponentes parlamentarios, inmunizados ya, sino contra la convivencia general. Ese día, al calor de las emociones que los dirigentes independentistas habían desencadenado con sus actos, las palabras de sus portavoces llegaron a extremos insoportables para los muchos que no comparten ni sus creencias ni sus emociones.
Y no cesan, cualquier acontecimiento por previsible que sea --el final de las correrías europeas de Carles Puigdemont--, la próxima sesión del Parlament traerá un nuevo aluvión de palabras vacías, pero invertidas. Las mismas de siempre por desgastadas que estén.
Es cierto que la palabra puede ser ambigua, ambivalente, engañosa, se puede aplicar a algo y a su contrario, pero la honestidad intelectual, especialmente exigible en el Parlamento --el templo de la palabra--, estriba, precisamente, en reducir la incertidumbre intrínseca de la palabra.
Han construido un mundo invertido sobre una palabrería huera, dictada ahora, como está de moda, a ritmo tuitero
Han construido un mundo invertido sobre una palabrería huera, dictada ahora, como está de moda, a ritmo tuitero. Si se deconstruyen sus frases, no se encuentra pensamiento hilvanado alguno, sólo palabras yuxtapuestas sin substancia argumental: "República limpia, monarquía corrupta", "Estado en descomposición", "suspensión de la democracia", "criminalizar ideas políticas", "deriva represiva"... Junto a aseveraciones impertinentes tales como que "ningún ciudadano europeo está soportando lo que (aquí, nosotros) estamos soportando". Pero qué ignorancia, cómo se atreve el diputado Quim Torra, en su estreno como portavoz de JxCat y presunto candidato tapado a la investidura, a elevar a los suyos a la categoría de víctima suprema de Europa, de la Europa de la que ellos constituyen una lacerante excepción con su proyecto desintegrador.
De entre lo mucho que nos han robado --la bandera, la Diada, la televisión pública, la seguridad jurídica, el consenso básico sobre la democracia, la cohesión interna, la pertenencia emocional a España...--, la inicial apropiación de la palabra ha sido el medio que les ha permitido perpetrar el resto del latrocinio.
Para el diálogo y la reconciliación tan necesaria hace falta un consenso previo no sólo sobre el sentido de las palabras, sino sobre su simple significación semántica. Cuando dicen "esto va de democracia", habría que debatir primero lo que queda comprendido para unos y otros en la unidad lingüística democracia.
Sólo saliendo de una vez de la cerrazón ideológica del independentismo, podrán compartir la palabra y volver a la historia común.