En los espacios de confrontación habita un desprecio desmedido por la política; una enmienda a la totalidad, un deseo de irrelevancia. Los soberanistas asedian la escena política desde la democracia desnuda --sin leyes-- con el mismo desprecio que los poderes financieros utilizaron contra la regulación del mercado en la etapa de la burbuja. No es ninguna casualidad que el neoliberalismo --el modelo económico de Sala Martín-- y el populismo --catalanes como pueblo, no como ciudadanía-- se deslicen en el discurso de Jordi Turull. Es por su peligrosidad social que “al independentismo hay que ganarlo, no destruirlo”, en palabras sabias de Felipe González. En el fondo, el independentismo catalán, “hijo del resentimiento” (Vicens Vives, una vez más), es una ideología totalitaria. Frenar su ascenso es lo que no consiguió la Alemania autocomplaciente de de Weimar; y de las lluvias en el Reichstag llegaron aquello lodos (caricatura cruel de lo imposible).

El auto de Llarena abre las carnes del debate jurídico. El juez entierra la sedición y acusa de rebelión a Turull, lo que implica violencia, algo dudosa por lo menos en el día de autos (cerco a la sede de Economía el 20 de setiembre). Puede que el magistrado exagere. ¿Yerra o prevarica? Lo primero es humano y lo es segundo descartable; pero aceptable para juristas, como el constitucionalista Javier Pérez Royo, que lo afirmó sin amagos, en TV3. Él sabrá. Por su parte, el catedrático de derecho Joaquín Urías, se pregunta: “¿Por qué no fue encausado ya Turull en su primera declaración, si el cargo de rebelión era el mismo?”.

 

jordi turull farruqo

 

¿La justicia mella la política o la política clava un dardo en el centro de la vía procesal? Más bien lo segundo, si tenemos en cuenta que el pleno de investidura del pasado viernes fue convocado exprés por Roger Torrent tratando de enviar a prisión a un presidente votado. Es la herida abierta de una vocación que llama, una vez más, al dolor como símbolo de la patria. Sea lo que sea, nunca será de recibo el ataque frontal de los soberanistas al Estado de derecho.

Más allá del debate jurídico, el nacionalismo extremo que vive Cataluña ha desencadenado, él solito, una crisis sin precedentes. Ha divido a la sociedad entre los que son nación y los diferentes. Y digámoslo claro: “Si el diferente se transforma en objetivo político, el peligro es inminente”, escribió Primo Levi, recordando los vagones sellados camino del exterminio. Los líderes del procés son los falsos escribas de Kaifás; no parecen conscientes de que actúan como el asinus portam mysteria (el asno que lleva los misterios); son hombres y mujeres investidos de una dignidad muy superior a su mérito; gentes que se reclaman a sí mismos objeto de veneración porque dicen llevar sobre sus espaldas el peso de la nación. ¡Falso! No se ocupan de los hospitales y listas de espera, no se ocupan de los pensionistas, desprecian las escuelas-barracón y se han olvidado de la seguridad (un tema central), hasta el punto de que somos un país a la intemperie a causa de su estropicio en el cuerpo de Mossos d'Esquadra.

Turull es un veterano en las lides del nacionalismo. Practicó el culto a la personalidad de Jordi Pujol; fue vicario de los hermanos Pujol Ferrusola en los años de vendimia en el domicilio de los padres, situado en Mitre con ventanales frente a la embocadura de la calle Mandri; celebró pascuas y ramos en la Collada de Tosas y purificó estipendios en los anclares fronterizos de la Cerdanya, donde la Familia mudaba, vía Andorra, su patrimonio semoviente, con muchos ceros a la derecha.

Turull es un veterano en las lides del nacionalismo. Practicó el culto a la personalidad de Jordi Pujol; fue vicario de los hermanos Pujol Ferrusola en los años de vendimia

Fue el enlace entre la vieja guardia del exhonorable (los Subirà i Claus, Cullell i Nadal, Trias i Vidal de Llobatera o Alavedra i Moner, entre otros) y el pinyol de Artur Mas, flanqueado por Quicu Homs y David Madí. La trayectoria de Turull recorre un tránsito generacional desde el sector negocios, nuclearizado por Prenafeta i Garrusta, hasta la plenitud del 3%, recogiendo, como buen valet, los destrozos chapuceros del semblante opaco de Germà Gordó o del mismo Oriol, el hereu pillado en la piñata de las ITV.

En la tarde triste del pasado viernes, sobre el auto de Llarena dictando prisión incondicional, sobrevoló la fuga de Marta Rovira, que añadía peso a la lógica de las medidas cautelares. En la puerta del Supremo, Santiago Abascal, el hombre que confesó enfundar una Smith & Wesson (“primero para defender a mi padre de ETA y ahora para defender a mis hijos”) y que presentó una querella contra Rajoy por dejación en la crisis catalana, ofició de presidente Vox, el partido que ha ejercido la acusación popular en este proceso. Abascal atendió a los medios, remarcó la carga de la prueba y dijo hacer acto de presencia para apoyar a sus abogados debido a la gravedad de la situación.

¿Lo ven? La independencia es un embeleco sórdido que nos conduce al conflicto. La calle zozobra, pero no estamos para nada en presencia de la injusticia palmaria de la etapa del Tribunal de Orden Público. Hoy, la eficacia de la voluntad popular no se mide en el grito. Los que han desatado esta vez los demonios de España apelan al poder constituyente como multitud (no digo tumulto) y esta vez, a diferencia del legítimo 15M, no existe la resignación frente a las instituciones. El soberanismo cree que puede alargar el procés e internacionalizar su lamento, pese a que ha sido reprobado por todos los estados de la UE.

Frente al desatino de los que siguen a Turull, cabeza visible y turca de los conspiradores que han sabido mantenerse al pairo, la Cataluña constitucional se sabe presa, como los habitantes de Las ciudades invisibles de Italo Calvino. No serán (seremos) libres mientras ellos crean un infierno y encuentran espacios de no infierno para hacerlos durar.