Ayer por la mañana la primera noticia de este digital era que una mujer de Nou Barris había sido agredida por un grupo de antifascistas. No me importa el motivo sino el hecho.

La política nada tiene que ver con la psicología. Los fascistas y los antifascistas pertenecen a ideologías contrarias, pero comparten una misma psicología, que es la actitud violenta. No existe violencia buena y mala. La naturaleza de toda violencia es mala. Sin distinción.

No hay que revisar ese concepto que en los años 30 del salvaje siglo XX se discutía. No existe, ni nunca ha existido, la santa violencia como la practicada por la Santa Inquisición española, en la Europa luterana se practicaba la caza de brujas para salvar las almas. No voy tan lejos en el viaje al túnel del tiempo.

En el verano de 1936, el comité antifascista de Barcelona cometió, en nombre de la justicia y la revolución, el crimen más horripilante que registra la Historia de España: los anarquistas de la FAI fueron a casa del presidente de los sindicatos libres o también llamados "amarillos" por ser un color de la enseña del Vaticano. Los sindicatos amarillos estaban al servicio de la patronal, y los anarquistas en su odio a la Iglesia creían que se cobijaban en las sacristías.

La violencia política es una boca de lobo que siempre acecha al borde de la esquina

Los antifascistas detuvieron al presidente barcelonés del sindicato de la patronal, antiguo cenetista. No le llevaron a una checa de la ciudad (las checas eran comunistas, no anarquistas), sino a un chaflán del Eixample: lo ataron de pies y manos a cuatro camiones requisados para que lentamente despedazaran a Ramón Sales Amenós. Sus miembros descoyuntados a menos, haciendo bueno el apellido de su madre. A la vista del publico en general.

Un espectáculo que tanto gustaba a los civilizados romanos del tiempo en que los cristianos eran arrojados a la arena del Coliseum. Lo de Roma pasó hace dos mil años, lo del Eixample hace ochenta años, lo de Gabriel hace dos semanas.

La civilización es una capa de barniz que salta todas las semanas en las gradas de los ultras de todas las ideologías. La violencia política es una boca de lobo que siempre acecha al borde de la esquina.

La mecha no son disparos; sino palabras, insultos, manos y puños...