Quienes execran los gestos pisarellianos del ayuntamiento --el último, la chocolatada contra la estatua de López-- no carecen de motivos, no carecen de razones, pero tienden a olvidar o a ignorar que, si Ada Colau es alcaldesa, no lo es por un capricho del destino ni porque le haya tocado el cargo en la rifa, sino porque encarnaba algunas de las preocupaciones reales de los vecinos de Barcelona. Una de ellas, aunque no la principal, era que las arcas municipales estuviesen controladas por los del 3% y financiasen causas ajenas a la ciudad, especialmente el prusés, o se volcasen en obras especialmente beneficiosas para las clases más acomodadas, como la enésima reorganización de la Diagonal, y no para los barrios populares. Todo esto Colau lo ha frenado.
Pero recordemos que el motivo principal por el que es alcaldesa es porque abanderó la preocupación de los barceloneses ante el auge descontrolado del turismo. Y no nos referimos, claro está, a que sean lamentables o por el contrario atractivos los forasteros que nos visitan ataviados con camiseta y chanclas, sino al efecto sobre el precio de la vivienda de la proliferación de hoteles, pisos turísticos y airbnbs. A esto el ayuntamiento también ha puesto coto, para irritación de especuladores inmobiliarios.
Si no se combate con vigor el encarecimiento de las viviendas de familias que perciben salarios muy poco homologables con la Europa próspera y muy poco en sintonía con el aumento del coste de la vida, Barcelona estará condenada a acabar como Lisboa: convertida en una ciudad muy bella y restaurada, un hotelazo-museo para gozo de los jóvenes y los jubilados franceses e ingleses, porque los lisboetas de nacimiento han emigrado o han tenido que trasladarse al otro lado del Tajo, a mirar desde lejos cuán hermosa es la ciudad que fue suya.
Seguramente es para tapar las limitaciones de su gestión para lo que Colau prodiga los bochornosos desplantes hacia otras instituciones
Este problema, el paradójico peligro de que la marca Barcelona sea tan exitosa (aunque el éxito sea menos rutilante desde los acontecimientos astutos y cocomochos que todos conocemos) lo perciben muchos barceloneses y entre ellos especialmente las generaciones más jóvenes. Y precisamente porque lo denunciaba y se comprometía a resolverlo, es por lo que Colau es alcaldesa. Efectivamente creo que ha hecho en este terreno cuanto ha podido, y no diré que es poco, pero también ha tenido que constatar que desde el poder municipal ciertas leyes no se pueden cambiar, y menos aún sin aliados.
Seguramente es para tapar esas limitaciones para lo que prodiga los bochornosos desplantes hacia otras instituciones --la Corona, el Gobierno, las Fuerzas Armadas-- y en busca de estabilidad reitera gestos populistas como la ruptura con el PSC, so pretexto de su apoyo al 155, para congraciarse con ERC, esfuerzo estéril y debilitador, como se ha visto. Estas gesticulaciones no sólo no le ganan adhesiones sino que le restan simpatías. Está todavía a tiempo de variar el rumbo, no vaya a correr la misma suerte --la misma desdicha-- que corren todas las fuerzas y todos los agentes que se han expuesto demasiado al hechizo entrópico de ciertos ideales decimonónicos e inviables.