Durante todo el denominado procés, los secesionistas catalanes se han dedicado sistemáticamente a banalizar la secesión. La secesión se ha presentado como algo indoloro, lleno de ventajas para catalanes e incluso españoles, sin repercusiones en la construcción de Europa, sin contraindicaciones económicas ni convivenciales. Esta pretensión se ha agudizado después del fallido intento de golpe de Estado del pasado mes de octubre para tratar de minimizar la trascendencia de la actuación de sus líderes. Se nos ha dicho que no hubo declaración unilateral de independencia, que todo fue una performance, que todo fue simbólico. Incluso desde ámbitos no independentistas se resta trascendencia al intento de golpe buscando una normalización de la situación a base de presentarnos los hechos de octubre como una chiquillada, una pataleta, de la que se debe pasar página con prontitud y sin consecuencias para sus autores.
Han tenido que ser un empresario alemán afincado en Cataluña y un ex primer ministro francés nacido en Barcelona quienes con más claridad nos han recordado la trascendencia, la gravedad de lo ocurrido. Valls ha recordado que Europa se ha reconstruido sobre las ruinas dejadas por las confrontaciones entre naciones del siglo XX. Y ha sido contundente al decir que la secesión de regiones históricas es "una locura" y que "crear fronteras es guerra para mañana".
Conviene recordar estas afirmaciones para legitimar que la secesión sea combatida politica y jurídicamente, desde la legalidad y el respeto al Estado de derecho, no sólo porque el secesionismo se ha saltado a la torera la legalidad catalana y española, y pretende seguir haciéndolo si nos atenemos a las afirmaciones de Puigdemont y sus acólitos, sino porque la secesión es intrínsecamente perversa para Cataluña, España y Europa.
La independencia no es que no sea posible sino que no es deseable
La independencia no es que no sea posible --lo es si se siguen estrictamente los requerimientos legales para modificar la Constitución y lo aprueban con las mayorías requeridas los ciudadanos de Cataluña-- sino que no es deseable. No nos traería un mundo mejor sino mucho peor. Riesgos de confrontación civil, destrucción de la UE como ha dicho Valls, un nuevo Estado con problemas económicos y políticos que para sobrevivir tendría que acentuar la deriva sectaria y autoritaria que ya anida en nuestras instituciones como se está poniendo de manifiesto en los documentos incautados a los Mossos cuando iban a ser destruidos y hace temer el fanatismo de parte de sus seguidores.
No ha pasado nada irremediable. Debemos volver al diálogo político. Primero entre catalanes y después con el conjunto del Estado. Pero sólo si se da una rectificación expresa y sin ambigüedad por parte del secesionismo. Sin la aceptación explícita y auténtica de la legalidad, sin lealtad institucional, sin un reconocimiento expreso y formal de la pluralidad de los catalanes, el conflicto sólo se cerraría en falso.
Por ello es trascendente que los independentistas pragmáticos ganen la batalla y, si consiguen formar gobierno, actúen, de buena fe, aceptando el marco constitucional y gobernando sin sectarismo para todos los catalanes. El independentismo puede ser defendido políticamente y tratar de lograr sus objetivos respetando la legalidad pero no puede utilizar las instituciones de todos para sus fines. La Generalitat y en general todas las instituciones catalanas no pueden ser instrumentos de agitación y propaganda secesionista. Es un requerimiento elemental para poder calificarlas de instituciones democráticas. Si lo vuelven a ser, el Estado debería volver a actuar en defensa de la legalidad y de la convivencia.