Tres meses después de las elecciones convocadas por Mariano Rajoy, Cataluña, en lo político, se ha convertido en un circo de tercera regional, porque por su pista central deambula un enjambre de payasos zumbados, empeñados en hacerse la puñeta, ponerse la zancadilla y disputarse sillas, legitimidad y renta. Sabemos que Carles La amenaza fantasma Puigdemont no será president, ni aquí ni en su irrisorio Espacio Libre de Waterloo. Tampoco le caerá la breva a Jordi Sànchez, apele al tribunal que apele, porque le queda celda y barrote para un buen rato. Por lo que respecta a Jordi Turull, los Cuatro Evangelistas de la CUP --con Carles Riera al frente-- no lo tragan, por personalizar todos los defectos de esa derechona casposa, burguesa y ladrona del 3%, de la que son hijos espurios y un poco tontos. Sigmund Freud lo definió muy bien: primero mata a tu padre, después levanta el puñito, haz el imbécil en la medida de tus posibilidades y cambia de look y huye a Suiza con tu iPhone.

A la espera de que por aburrimiento o extenuación propongan para el cargo a Elsa Artadi o a Quim Torra, o a Periquet dels Palots, lo cierto es que a día de hoy nada sabemos del próximo Govern de la Generalitat, bien sea autonómico y sojuzgado por la pérfida España, bien sea republicano, muy grande y libre. Por no conocer, no conocemos ni su composición, ni sus intenciones, ni su programa de gobierno --¿programa, qué programa, para qué carajo necesitamos un programa?--; de hecho, lo único que sabemos, casi a ciencia cierta, por una filtración de Lluís Salvadó (defendido por Pilar "si es por tetas, me toca a mí" Rahola y por Empar "todos somos tabernariamente vulgares en nuestras conversaciones privadas" Moliner) es que la consejera de Enseñanza será una señora muuuy tetuda, al menos como la estanquera de Amarcord de Federico Fellini. En ese orden de cosas, extrapolando, podemos deducir que la consejera de Economía será una mujer con cuatro tetas inmensas --sí, con cuatro-- ya que en esa consejería hay siempre mucho chupóptero mamón enganchado a la ubre.

Esta pandilla de petimetres enajenados, no busca sino seguir viviendo del rédito que supone administrar la fe depositada por una legión de sonámbulos

Estando así las cosas, el independentista de soca-rel, el cebolludo, el impenitente, se merece un monumento por sus inmensas tragaderas. Lejos de darse cuenta de que los suyos le han engañando como a un chino, compra, sandalia en mano, las proclamas de Agustí Alcoberro, de la ANC --"¡Somos República!"--, y descarta (disonancia cognitiva) las palabras de Oriol Junqueras desde su celda --"¡No somos República, la prisión va para largo!"--; tampoco escucha a adláteres del régimen como Jordi Basté, cuando confiesa que "el procés ha sido un engaño global, una tomadura de pelo"; ni es capaz de efectuar una lectura entre líneas cuando Puigdemont afirma que "unas nuevas elecciones no serían ningún drama"; ni da importancia a que Clara Ponsatí regrese a sus labores en una universidad escocesa, porque se acaba lo de vivir del momio.

La gran carpa del Circo Nacional de Ítaca se desploma estrepitosamente, sobre la pista central, atrapando a un montón de payasos desvergonzados, que pudiendo formar gobierno a poco que se lo propusieran, ni lo persiguen, ni lo desean. Ninguno de ellos quiere gobernar, ni trabajar por el bien y el futuro de esta tierra... ¿Acaso les imaginan dedicando meses de sus vidas al estudio y discusión de informes que materializaran proyectos de ley en áreas de salud, enseñanza, investigación o agricultura? ¡Mare de Déu, qué atroz aburrimiento! ¿Volver a la obediencia autonómica, legislar, currar ocho o diez horas al día? ¡Ni hablar del peluquín! ¡Conspirando contra España se vive mucho mejor y sin pegar ni brote! Y es que todos estos deleznables grumetes de la política, esta pandilla de petimetres enajenados, no busca sino seguir viviendo del rédito que supone administrar la fe depositada por una legión de sonámbulos. Harán lo que sea, cualquier cosa, antes que despertar y enfrentarse a la dura realidad. Por eso son de una indignidad que clama al cielo. Esa es la más incómoda de las verdades.

El independentismo, queridos lectores, es un pez fuera del agua, dando agónicos coletazos en la arena de la playa. El estertor será largo, eso sí.