Hace pocos días, Xavier Salvador, en su artículo Salvar al soldado Fainé, valoraba la trayectoria y personalidad de La Caixa bajo su liderazgo. Ello en respuesta al supuesto malestar de Moncloa por la que consideran tibieza de La Caixa en los años de proceso independentista. Con acierto, Salvador arremetía contra aquellos políticos que esperan que otros, no políticos, les saquen las castañas del fuego. Me sumo a reflexionar acerca de esa La Caixa que, en los últimos tiempos, viene siendo un actor fundamental de la vida económica y social de Cataluña.

Conviene recordar, para sorpresa de muchos, que no hace tanto La Caixa no destacaba especialmente entre las entidades financieras que operaban en Cataluña y que, en consecuencia, su relevancia social era también menor. A título de ejemplo, recuerdo cómo el gran evento financiero en Barcelona no tenía de protagonista a La Caixa, sino al Banco de Bilbao, cuyo encuentro anual era de obligada asistencia para las élites locales. Mucho han cambiado las cosas desde entonces en nuestro país, unas entidades crecieron, otras muchas desaparecieron y, también, algunas se orientaron exclusivamente al negocio.

En las últimas décadas, y en circunstancias no siempre favorables, La Caixa ha tenido una especial sagacidad para sortear dificultades y consolidarse como un singular tridente, conformado por su actividad bancaria, su grupo industrial y su fundación, ésta entre las mayores del mundo. Como es de esperar, una posición tan dominante ha generado, y genera, todo tipo de reconocimientos y de críticas.

Alguien podría pensar que se confirma aquello de que Cataluña era demasiado pequeña para La Caixa

Más allá de consideraciones personales o puntuales, siempre he pensado que la entidad vivía una situación paradójica y nada sencilla: o bien era demasiado grande para Cataluña, o bien el país demasiado pequeño para La Caixa. No me refiero a una cuestión de mercado, pues esa capacidad expansiva la ha sabido proyectar con acierto en un mercado español en que se ha tenido que batir con grandes bancos, inversores globales, y otras fundaciones. Y no le ha ido nada mal. Me refiero a una cuestión de mentalidad.

La Caixa se ha caracterizado por su ambición y por su convencimiento de que desde Barcelona podía gestionarse un grupo con presencia y voz propia en toda España. Así lo ha hecho y sigue haciendo, pese al cambio de sede. En paralelo, tengo la sensación de que son pocos, y cada vez menos, quienes, desde Cataluña, han procurado lo mismo.

Curiosamente, estoy escribiendo estas líneas mientras viajo en Vueling. Su consolidación en Barcelona ha resultado fundamental para el posicionamiento global de la ciudad y para el progreso del conjunto de Cataluña. Recuerdo cómo, en sus inicios, quien se comprometió de manera fundamental con el proyecto fue José Manuel Lara. Un empresario sin relación alguna con la aviación o el turismo pero, sin él, dudo que la compañía hubiera nacido en Barcelona. No fueron pocos quienes, con capacidad económica e intereses turísticos, no se quisieron arriesgar. José Manuel Lara, más allá del dinero, pensaba en términos de poder e influencia. Personas como él son las que sitúan una ciudad en el mundo. No es de extrañar, pues, esa amistad que mantenía con Isidre Fainé. Lamentablemente, se nos fue cuando aun tenía mucho por hacer.

Cataluña ha progresado cuando, a menudo de manera discreta, ha estado en el puesto de mando del conjunto de España

De manera innecesaria, y lamentable, la política forzó el cambio de sede del grupo La Caixa. Se puede dudar de la urgencia para muchas empresas de mudar su sede, pero para quienes resultaba cuestión de vida o muerte era para las entidades financieras. Paradojas del destino, alguien podría pensar que se confirma aquello de que Cataluña era demasiado pequeña para La Caixa.

Procurando ser optimista, hay que confiar en que, en un futuro no muy lejano aunque tampoco muy cercano, se dé aquella normalidad política que facilite el retorno a Barcelona de sedes obligadas a emigrar. Y, aún más importante, también retorne la ambición por tener voz e influir en España desde Barcelona. Al margen del caos político actual, no podemos olvidar que Cataluña ha progresado cuando, a menudo de manera discreta, ha estado en el puesto de mando del conjunto de España. Hay quienes han renunciado a ello, y quienes no. Mi reconocimiento a quienes no renuncian.