A estas alturas ya nadie puede dudar de que todo el proceso independentista que venimos viviendo desde hace ya seis largos años en Cataluña se ha basado, al menos en gran parte, en un fuerte componente emotivo y emocional, en una ilusión compartida por una parte muy significativa de la ciudadanía catalana. Sin este componente emotivo y emocional, sin esta gran ilusión colectiva, nada hubiese sido posible. No obstante, ahora queda claro --y así lo han reconocido ya en público numerosos dirigentes secesionistas y también muchos de quienes hasta hace poco eran sus más entusiastas propagandistas-- que hubo y sigue habiendo muchas personas realmente ilusionadas con este proceso, pero no es menos cierto que también hubo y sigue habiendo un número importante de personas ilusas.

Una ilusión es la "esperanza, con o sin fundamento real, de lograr o de que suceda que se anhela o se persigue y cuya consecución parece especialmente atractiva", y es también el "sentimiento de alegría y satisfacción que produce la realización o la esperanza de conseguir algo que se desea intensamente". Todo lo sucedido en Cataluña estos últimos seis años coincide con ese sentimiento de alegría y satisfacción motivado por la esperanza de alcanzar algo tan deseado por centenares de miles de ciudadanos de Cataluña, aunque a la vista está que en este caso fuese una esperanza sin ningún fundamento real. De ahí que convenga recordar también que existen diferencias muy significativas entre ser alguien ilusionado o ser iluso. Porque iluso es aquel "que se deja engañar con facilidad, generalmente porque cree que todo el mundo actúa con buena voluntad", aquel "que tiende a hacerse ilusiones con facilidad y sin fundamento para ello".

Son muchos ahora ya los ciudadanos ilusionados que durante mucho tiempo tal vez sí pudieron ser considerados ilusos, pero que en las últimas semanas han dejado de serlo

Transcurridos estos interminables seis últimos años, visto ya todo visto y todo lo que ha sucedido a lo largo de este proceso, y sobre todo una vez que muchos líderes del secesionismo han reconocido en público el gran engaño político por ellos cometido --así lo definió incluso su principal e inicial promotor, el expresidente de la Generalitat Artur Mas, aunque alguno de sus hasta hace muy poco más entusiastas propagandistas ha ido todavía más lejos y lo ha definido como "tomadura de pelo"--, es evidente que son muchos ahora ya los ciudadanos ilusionados que durante mucho tiempo tal vez sí pudieron ser considerados ilusos, pero que en las últimas semanas han dejado de serlo; más aún, muchos de ellos no solo han dejado de ser ilusos sino que también han dejado de estar ilusionados, ya que han comprobado que la suya era una esperanza sin ningún fundamento real.

Solo así se explica el descenso, tan rápido como contundente, del porcentaje de ciudadanos que eran partidarios de la independencia de Cataluña, que en solo unos meses ha pasado del 48% al 40%. Solo así se explica también que lo que comenzó siendo una división profunda en el conjunto de la sociedad catalana, entre partidarios y contrarios a la independencia, se haya convertido en estas últimas semanas en otro tipo de división, ahora incluso entre los mismos independentistas, sobre todo entre los dos principales partidos secesionistas --Junts per Catalunya (JxCat) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)--, pero también entre ambas y las Candidatures d’Unitat Popular (CUP), y asimismo entre las dos grandes entidades sociales independentistas --la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural (OC)--. Todo ello explica también que la última manifestación secesionista, que tuvo lugar en Barcelona el pasado domingo, congregó solo a unas 45.000 personas, una cifra que queda muy lejos de las alcanzadas en todas las anteriores convocatorias independentistas.