Los acontecimientos acaecidos en Cataluña en este pasado otoño han producido una profunda mutación en el relato independentista. Desde 2012 hemos tenido que soportar un guion repleto de mitos y leyendas, de fantasía y magia. El viaje a Ítaca ha acabado con la nave embarrancada y abandonada por sus oficiales, arrepentidos o huidos. El reconocimiento internacional se esfumó, la riqueza y la abundancia prometidas mutaron en fuga de empresas. Buena parte del pasaje se rebeló ante la evidencia de la falta de rumbo, la disminución de vituallas, el creciente coste del viaje y la insignificancia de la embarcación en medio del océano.
De repente, el realismo mágico mutó en melodrama con la intención de continuar provocando emociones entre los espectadores. El escenario se llenó de apelaciones sentimentales, patéticas o lacrimógenas. Y en esas estamos.
Ante este nuevo relato secesionista, los que no queremos que en el futuro se flete una nueva nave, igual de fantasiosa y dañina, porque sabemos de los riesgos de la travesía y que el destino no sería el paraíso prometido sino el infierno, no podemos bajar la guardia. El viaje secesionista no nos lleva a Ítaca, ni a la Dinamarca del Mediterráneo sino a Kosovo. Se lo debemos a los catalanes, incluidos los crédulos que ignoran que son utilizados para que unos llenen sus despensas y otros traten de materializar sus ensoñaciones y delirios personales, sus infinitas ansias de poder y protagonismo.
La democracia tiene el derecho y el deber de defenderse, con moderación y generosidad pero con firmeza
Para ello debemos afirmar sin complejos que la democracia tiene el derecho y el deber de defenderse. Con moderación y generosidad pero con firmeza. Que los peores episodios de la historia del siglo pasado han nacido de la debilidad de la democracia. Que la superioridad moral es de quien quiere unir y no dividir. De quien quiere dejar atrás guerras y confrontaciones. De quien quiere seguir construyendo un futuro en común, respetando las diferencias, transaccionando los conflictos de intereses pero siempre con respeto a los procedimientos establecidos o modificándolos según las reglas. Recordando que fuera de la ley sólo queda la vía de hecho, origen del caos y la injusticia.
A los que dicen que España es como Turquía deberemos recordarles que, si así fuera, no podrían expresarse como lo hacen. No conservarían sus centros de poder, sus medios de comunicación, su control de la escuela. Hemos de afirmar con rotundidad que la permisividad ante el secesionismo mostrada por el Estado español, muy superior a la de otras democracias de nuestro entorno, no puede significar renunciar a la derrota del nacionalismo. Mediante el combate ideológico, sin contentamientos estériles, sin contraponer nacionalismos alternativos, pero con convicción, con estrategia y sin desfallecimiento. Los que queremos una Cataluña respetuosa con todos sus ciudadanos, sus tradiciones, sus lenguas, su pluralidad, su contribución a una Europa unida y en paz, los que queremos una Cataluña rica y líder en España y Europa hemos de transmitir a la ciudadanía cuál es el lado bueno de la historia. Quién detenta la razón moral. Y para ello, además del esfuerzo de todos, necesitamos que los políticos catalanes no secesionistas y los españoles en general ejerzan su liderazgo con honestidad y eficacia, con convicción y empatía, sin cortoplacismos ni personalismos, aparcando sus intereses particulares ante el bien común.