Cada semana leo el artículo que John William Wilkinson, irlandés afincado en Barcelona desde hace muchos años, publica bajo el título general de Honi Soit, el emblema de la orden de la Jarretera y de la casa real del Reino Unido.
Hace poco Wilkinson traía a cuento unas consideraciones de Elias Canetti en su libro Masa y poder, en el que trabajó durante más de veinte años y que me pareció siempre un glorioso fracaso en el intento de destilar unas síntesis de un fenómeno tan informe y plural, la masa, y así el texto acumula una gran masa de informaciones procedentes de varias culturas y tradiciones, difícilmente reductibles a síntesis.
Canetti empezó a interesarse y obsesionarse por ese fenómeno que protagonizó el escenario político de entreguerras después de verse un día inconscientemente arrastrado por sus propias emociones a una gran manifestación en Viena en 1924. Después de haber sido "arrebatado de sí mismo" para integrarse y disolverse en la masa, quiso recapacitar a fondo sobre aquello tan extraño que le había pasado, y de esa larga reflexión surgió el libro. Del cual Wilkinson destacaba un aspecto: la simbología en la constitución de las masas nacionales, o "símbolo de masa": cómo cada miembro de una nación se ve a sí mismo en relación con un símbolo determinado.
Los castells, "un gran esfuerzo colectivo para lograr algo tan bello como efímero", es un símbolo certero de los acontecimientos de los últimos años
Según los ejemplos propuestos por Canetti, para los ingleses el símbolo es un capitán de barco, al frente de una reducida tripulación, dominando las olas del océano, que son caprichosas e impredecibles; de ahí su individualismo exacerbado. El símbolo con el que se representan los alemanes es el ejército, concebido como bosque ancestral protector (de las invasivas legiones romanas, de las tribus eslavas y otros bárbaros); para los franceses, la Revolución, de ahí su comportamiento frecuentemente levantisco, creo que Sloterdijk también habla de esto en su libro sobre las esferas; en fin, el símbolo español es el del torero en plaza, enfrentando valiente y en soledad al toro, a la vista del círculo de la gente, en una dialéctica entre yo y masa...
A partir de estas consideraciones, Wilkinson se pregunta cuál sería el "símbolo de masa" de los catalanes, si Canetti hubiera oído hablar de ellos, y sugería que hubiese escogido los castells: "En vez de una desigual lucha entre el matador y el toro tan sólo acompañados en el albero por sus propias sombras, se juntan más castellers en el ruedo que el público que los observa y se observa desde los tendidos. El esfuerzo colectivo se emplea para alzar una torre humana que ha de coronar un niño que levantará la mano nada más encumbrarse en lo más alto de la pila antes de que ésta se desmonte ordenadamente o bien se colapse sobre sí. Montar para desmontar; desafiar una y otra vez a las indiferentes alturas. Un gran esfuerzo colectivo para lograr algo tan bello como efímero". A la luz de los acontecimientos de los últimos años, y aunque yo no acierte a percibir ahí belleza alguna (como tampoco, dicho sea de paso, en los ejércitos ni en los toros), la elección de Wilkinson parece certera e irrefutable.