Ilustre antioligarca:
Le escribimos estas letras, como ya se figurará, a cuenta del suceso que, vamos a suponer que a su pesar, pero en el que indudablemente ha puesto V.M. su más firme voluntad, le ha convertido (en las redes sociales) en motivo de alabanzas e improperios miles por cuestionar, gracias su proverbial sentido de la comedia, la capacidad intelectual de los andaluces --concretamente de los naturales de Sevilla, que en este asunto los matices son cosa importante-- para discutir sobre el “embrollo catalán”. Por lo visto, en el Mediodía no deberíamos debatir sobre el prusés, que escribimos (libremente) así, en su variante española, no para ofenderle, como ha dicho en algún lance, sino porque el español es nuestra lengua, igual que la catalana debe ser la suya, y porque llamarlo proceso nos remitiría a la fábula de Kafka sobre el absurdo. Probablemente para su extraordinaria sensibilidad (siempre a flor de piel) esto sería una afrenta imperdonable.
En el Sur somos gente pacífica: sufrimos también a nuestras tribus, pero todavía no creemos formar parte de ningún pueblo elegido. Nuestro delirio es ser (sencillamente) gente corriente. Sus amigos escriben de V.M. que es un “sabio de barrio, ingenioso y rebelde” cuyo carácter les recuerda a “los antiguos filósofos cínicos griegos”. De ser cierto, cosa que no está en nuestra mano comprobar, podría deberse a que su ideal de la felicidad es frugal o porque practica V.M., al parecer con magro éxito, la anaideia, que es la irreverencia natural. Ambas son costumbres saludables, bien lo sabe Dios (con perdón). Aunque tampoco es descartable que tal condición, si fuera realmente la suya, obedezca quizás a tener que hacer virtud de la necesidad o triunfo de la incapacidad. ¿Quién sabe? Si fuera su caso nos alegraríamos, que no invocamos el mal de ojo para nadie, aunque a usía no lo hayamos visto nunca ataviado con alforja y cayado, atributos, junto a la barba que sí gasta, propios de los verdaderos irónicos.
En el Sur somos gente pacífica: sufrimos también a nuestras tribus, pero todavía no creemos formar parte de ningún pueblo elegido
Desde luego, ésta no parece ser su condición, mosén. Don Nicanor (Parra), al que el Altísimo tenga en su perpetua gloria, decía que la verdadera seriedad es cómica. De donde se infiere su contrario: aquellos que gustan de ejercer profesionalmente como bufones, cosa que también sucede en la capital de la República Indígena que nosotros llamamos Marisma, a menudo no tienen la más mínima gracia. Parece ser su caso. Su sentido del humor, elogiado por sus devotos --hasta los ateos cuentan con huestes de adoradores--, digamos que no nos provoca excesiva hilaridad, sino más bien una bondadosa piedad. Según sus palabras, los sevillanos del común, que somos la mayoría, hablamos así: “Pisha, ehplicano el embroyo catalufo anteh de uno finoh” (sic). Lamentamos romperle un mito y confirmarle, sin dudarlo un punto, que los Reyes Magos son los padres y que V.M., lo decimos con educación, yerra.
Los sevillanos, a uno de los cuales, Elio Antonio de Nebrija, le cabe la gloria (siempre efímera, por supuesto) de haber sido el autor de la Primera Gramática Castellana, nunca proferimos el término pisha, que es vocablo propio de la fenicia Cádiz, dominio de Kichi I de Gades y V de la Bahía. En Sevilla, cosa que desconocen los independentistas de la Meridiana como V.M., por lo general nos saludamos al grito (discreto) de illo, que es la forma abreviada de chiquillo. Tampoco solemos tomar a diario fino (singular caldo), que es un vino de Jerez, tierra baja donde los Borgia, como decían los gitanos de Pata Negra, están muy a gusto con sus dineros, pero rara vez suelen recurrir a la creativa expresividad del barrio de La Viña, la república independiente del ludens occidental, como dice el maestro Manuel Peña Díaz.
Su sentido del humor, elogiado por sus devotos, digamos que no nos provoca excesiva hilaridad, sino más bien una bondadosa piedad
Al Sur de la Gran Bretaña, que es la latitud exacta de Sevilla, como cantaba Silvio (Melgarejo), al que sin lugar a dudas conocerá por su pasado underground, tenemos estas sanas costumbres: a las abuelas las llamamos niñas hasta que se nos mueren. E incluso después. Más que un defecto nos parece un excelente hábito. La gente merece cariño desde la cuna hasta la tumba. ¿No cree? Sostiene V.M. que el prusés no debería banalizarse porque implica “dolor y humillación”. ¿Para quién exactamente? Debería usía aclararlo porque no parece, ni de cerca ni de lejos, que los soberanistas, que también son criaturas del Señor, pasen unas extremas penalidades, pues se nutren con proverbial generosidad, y casi diríamos que sin freno, del presupuesto de (todos) los catalanes a pesar de que la mayoría de ellos no apoya sus distopías supremacistas ni avala tampoco las famosas noches de cristales rotos a las que tan aficionados son sus cachorros de Arran, esos benditos hijos de papá.
Que V.M. predique la independencia para que los pobres sigan siendo pobres, pero con un mayoral que hable catalán para diferenciarse de los demás en lugar de comunicarse con los otros, es un evangelio sorprendente para alguien que se intitula como internacionalista y que procede de familia de chatarrero y carbonero. Igual que en su momento fue inaudito que apoyara como president a Artur Mas, de cuya sensibilidad social tiene noticia todo el orbe, para, al cabo, terminar votando sí a la investidura del Napoleón Puigdemont. Su embrollo (mental) parece ser muy superior al nuestro. Por otra parte, lo que V.M. transcribe como supuesto andaluz no lo es en absoluto. El andaluz como dialecto, ilustre tovarich, no existe. Es una ficción interesada. En Andalucía lo que se habla es un español meridional cuyos rasgos no son exclusivos --tenemos esa inmensa suerte-- ni diferenciales, sino similares a los que se dan en otras muchas partes de las Españas, incluida Cataluña, donde se sesea desde antiguo. No existe una norma del habla andaluza, sino múltiples. Tampoco encontrará a dos andaluces que hablen exactamente igual.
Su embrollo (mental) parece ser muy superior al nuestro
Por supuesto, nuestras formas de pronunciar el español, que V.M. transcribe como si las variantes fonéticas de su cosecha hubieran pasado alguna vez a la escritura, no son, salvo para una mentalidad retrógrada, susceptibles de “la explotación demagógica de los hablantes”, que es lo que los políticos miserables practican. Retratar como “señoritos con gomina, camisa a rayas y pantalón color teja” a todos los sevillanos es tan chusco como decir que el catalán es una lengua de cabestros cerriles que apenas se habla en cuatro provincias. La diferencia entre sus camaradas y la mayoría de los españoles, especialmente los del Sur, consiste en que algunos de nosotros solemos introducir palabras en catalán en nuestro decir para --no cuesta trabajo-- ser amables con nuestros interlocutores. No es señal de sumisión, sino de hermandad. Todo lo contrario de lo que hacen sus conmilitones, que consideran una afrenta que quienes quieren educar a sus hijos en castellano en Cataluña puedan hacerlo libremente.
No imaginamos qué tiene que ver todo esto con la prisión de Bódalo, el militante del SAT condenado --en firme-- por una agresión. Tampoco, como sabe V.M., es la vez primera, ni será la postrera, que un desahogado, pongamos por caso a su admirado Mas, dice que “a los niños de Sevilla no se les entiende cuando hablan”. Sin olvidar la tesis del padrecito Pujol cuando sentenció que los andaluces son “ignorantes y pobres culturales, mentales y espirituales”. No es descartable, por supuesto, que exista alguno así. Lo que es indudable, ilustre antioligarca, es que aquí el único ignorante es usía, cosa que lamentamos sinceramente, pues desconoce cosas tan simples como que el seseo siempre gozó de prestigio social entre las élites por ser la variante lingüística de la Sevilla del Siglo de Oro, que es la que se retrata en La Peste, cuyos principales protagonistas no son andaluces. Pablo Molinero estudió teatro en Barcelona y ha formado parte de Els Comediants y de La Fura dels Baus. Y Sergio Castellanos es natural de Madrid. Si no les entiende no es porque interpreten a dos sevillanos. No. Es porque algunos soberanistas han decidido dejar de comprender el español, lo cual, más que motivo de orgullo identitario, debería causar espanto. La patria de un hombre no está en la tierra. Como cantaba El Último de la Fila, está en sus zapatos.
Salud y República (española).