Ante el desafío catalán muchos ciudadanos piden que las críticas sean sosegadas, consideran que es preferible no incidir en la deriva totalitaria del nacionalismo catalán para no molestarlo, mientras se recupera el catalanismo moderado como punto de encuentro. En ese sentido, en las redes se pueden leer comentarios negando a los antinacionalistas cualquier signo de catalanidad, e incluso les atribuyen intenciones de destruir Cataluña. El error de apreciación es mayúsculo.
Es muy viejo y bizantino el debate sobre las divergencias e intersecciones entre catalanismo y nacionalismo, aunque algunos hayan resumido esa filiación con "de aquellos polvos estos lodos". Una de las diferencias entre ambos es que durante el siglo XX buena parte del catalanismo tenía un proyecto de España, mientras que el nacionalismo lo ha abandonado, incluso asocia de manera simplista y equivocada España y Estado español.
Sobre el devenir de este proceso, existe un antes y un después con la reinstauración de la Generalitat en 1977. Rebobinemos y busquemos qué opinaba un catalanista moderado como Josep Tarradellas sobre ese cambio que se estaba produciendo. Es muy útil y recomendable releer sus pensamientos con sosiego, disponibles en una extensa y comentada selección que Josep Benet publicó en 1996 con el título de El President Tarradellas en el seus textos (1954-1988). Son conocidas las críticas a Pujol y a su interesado y personal proyecto identitario. Recordemos algunas de ellas. El 2 de noviembre de 1985 El Periódico publicaba unas declaraciones de Tarradellas en las que calificaba como "dictadura blanca" al gobierno pujolista de entonces, y aclaraba: "Las dictaduras blancas no fusilan, no matan, pero son muy peligrosas y dejan mucha huella".
Ningún soberanista debería dudar de la catalanidad de Tarradellas ni suponer que buscaba la destrucción de Cataluña por criticar la deriva totalitaria de cierto catalanismo
Sus desavenencias con el nacionalismo excluyente no eran nuevas. El 21 de octubre de 1978, cuando ya era president, hizo este comentario a la periodista de Tele/eXprés Montserrat Nebot: "Yo soy contrario a la independencia igual que no creo en los Països Catalans. El independentismo es respetable, pero no es realista porque la Cataluña de hoy ha cambiado y no puede quedarse nadie fuera". Es obvio que, después de cuarenta años, Cataluña ha cambiado aún más, pero no creo que ninguna persona de bien pueda poner en duda su argumento final.
Unos meses más tarde, y en unas declaraciones al diario de Perpiñán L’Indépendent, apostillaba: "Sobre todo, no me hablen de Catalunya Nord, es una denominación que no dice nada. Yo no creo en los Países Catalanes reunificados. Mallorca, Valencia y el Rosellón tienen sus propios [problemas] que deben resolver a su manera". Y en 1988, poco antes de morir, un periodista de Cambio 16 le preguntó una vez más si creía en los Países Catalanes y su respuesta fue tan breve como expresiva: "En absoluto. Es hacer sidral". Reconozco que este símil me retrotrae a la infancia y, en concreto, a la agradable y pasajera sensación en la punta de la lengua de aquellos polvillos efervescentes acidulados. Que el proyecto imperialista del nacionalismo catalán se pueda reducir a la imagen de aquellos refrescos carbonatados en tanto que engañosa golosina infantil es de una lucidez catalanista extraordinaria, imprescindible en los atribulados tiempos que vivimos.
Ningún soberanista debería dudar de la catalanidad de Tarradellas ni suponer que buscaba la destrucción de Cataluña por criticar la deriva totalitaria de cierto catalanismo. Lo que sí resulta inquietante es su acertada previsión de que el nacionalismo tiene mucho de retorno a la infancia, sobre todo si tenemos en cuenta que después viene la adolescencia. Estamos ya en pleno revuelo hormonal, y por eso los independentistas repiten una y otra vez: "No nos entendéis, no os enteráis de nada". Ante tanto acné estelado sólo nos queda paciencia y mucho Acnosan, el emblemático producto de Laboratorios Bescansa. Ahora entiendo a Carolina.