Quienes me leen habitualmente en este medio digital, desde que en julio de 2015 aterrizó el nuevo director Xavier Salvador, y va como un cohete sumando sin cesar nuevos lectores, saben de que pie calzo. Utilizo la ironía, que no el sarcasmo, porque no quiero cabrear a mis amigos indepes que, como la mayoría de los catalanes que también nos sentimos españoles, pretendemos conservar porque no quiero que las ideas emponzoñen las viejas amistades.
El listón entre lo viejo y lo nuevo lo fijo en quince años. Para un quinceañero es una vida. Yo, hace cuarenta y cinco años y varias heridas que dejé de serlo.
No he renunciado a ninguna de mis ideas, pero sí a palabras que para mí son exactas. Por ejemplo: no me gusta emplear la palabra separatista porque el nacionalcatolicismo de la dictadura abusó de ella, y a cualquier catalanista le llamaban separatista.
Franco murió cuando yo era menor edad (la mayoría de edad estaba en 21 años), pero conservo la memoria. Así que, siendo la palabra que mejor define a los estelados, la cambie por separatas, en plan colegui pero que también les molesta. Sólo la utilizo cuando me cabreo.
Comprendo a Oriol Junqueras y la gente de su partido, que siempre han estado en las antípodas de mi pensamiento.
Lo que ayer hizo el president del Parlament que ha desconcertado a la banda de Puigdemont es un hábil juego de esgrima versallesca
Hubo un tiempo que bailé el vals con el partido de Jordi Pujol. Hoy me avergüenzo de mi miopía, pero fue cuando el ABC de Luis María Anson le nombró Español del año. Ahora sabemos que Jordi y Luis se dieron la mano derecha, tapándose la nariz con la izquierda, porque el primero tenía unos objetivos que conseguir, y los consiguió; y el segundo alcanzar un sueño. Los sueños son inasibles, y en realidad se han convertido en nuestra pesadilla.
Pero hemos llegado a un punto en el que la obra supera el esperpento de don Ramón María del Valle-Inclán con ese intento del seguidor del pensador fumata Antonio Escohotado, el fugado flamenco que desdiciéndose de sí mismo ahora está emperrado en ser erigido por el plasma, y hasta en Bruselas hacen chirigotas de carnaval con un personaje ridículo.
Puedo entender la locura producida por un derivado del LSD, pero me cuesta aceptar la quinina que se toma la gente de ERC. Bueno, es un decir porque sé que hacen el papelón para que nadie les pueda acusar de traidores. En la balanza de su futuro piensan que el enajenado tiene la paella por el mango, porque cada día sale en TV3, y es lo que me cuesta comprender: que tenga tanta gente que baje de cabeza con los ojos cerrados en el tobogán de una piscina sin agua. Las estrellas las verán cuando se rompan la crisma.
Lo que ayer hizo el president del Parlament que ha desconcertado a la banda de Puigdemont es un hábil juego de esgrima versallesca. Formalmente, en defensa del fugado, aunque sabiendo que Bruselas dirá lo que dice el TC, pero los de Junqueras dejan la decisión a los árbitros europeos. Por eso el cabreo de Eduard Pujol, porque han perdido el control de la jugada.
El problema del plasma es que ha provocado una realidad virtual que ahora llaman posverdad; antes era más simple: se llamaba mentira.