Vicens Vives, junto a Pierre Vilar, ha sido el referente de mayor influencia para los historiadores de mi generación. Vicens, como han demostrado las biografías de Muñoz Lloret o Cristina Gatell-Gloria Soler, fue ante todo un historiador-político. Nacido en 1910 en Girona, tuvo ciertamente una trayectoria errática. Activista impenitente, se bebió su propia vida en sorbos intensos. Huérfano de padre (apoderado en una fábrica) a los doce años, su madre, de profesión modista, se volvió a casar. Vicens se llevó muy mal con su padrastro, yéndose a vivir fuera de casa y costeándose los últimos cursos de su bachillerato trabajando como contable. Su madre murió cuando él tenía 19 años. Estudió historia en la Facultad de Letras de Barcelona de 1927 a 1930. En 1933 conoció a la que sería su esposa, Roser Rahola, en un singular crucero universitario. Se casaría en 1937.

Profesor de instituto, en 1933 se vinculó a la Universidad Autónoma de Barcelona, en la que ejerció como encargado de curso y ayudante muy próximo a Pere Bosch Gimpera, uno de sus maestros y beligerante nacionalista. Su tesis, en cambio, se la dirigió Antonio de la Torre, catedrático desde 1918 y que sería represaliado durante la guerra por monárquico conservador. Vicens leyó la tesis en febrero de 1936, en el marco de la universidad republicana, en lengua catalana, y ante un tribunal de lo más heterogéneo: Pere Bosch Gimpera, Luis Pericot, Alberto del Castillo y Ferran Soldevila, republicanos que después de 1939 se adaptaron de manera muy dispar al nuevo régimen. Las dos Españas en un tribunal. Pericot y Del Castillo, muy vinculados a Bosch Gimpera, lograron superar la depuración de 1940-41 y jugaron fuerte la baza franquista. De la Torre se trasladaría a Madrid en 1940, teniendo un papel importante en la dirección del CSIC.

Positivismo

Vicens había polemizado un año antes con Rovira y Soldevila. Enarbolando la bandera del positivismo, fustigaría los prejuicios ideológicos nacionalistas denunciando la falsedad de los planteamientos de la historiografía de la Renaixença. El mejor testimonio del positivismo de Vicens es su reivindicación de Fernando el Católico, que rompía toda la tradición historiográfica catalana antifernandista por el rechazo a la dinastía castellana de los Trastámara.

Después de la guerra se le instruyó expediente de depuración política con la acusación de haberse casado por lo civil con aparato ceremonial presidido por el exrector Bosch Gimpera. Inhabilitado en 1941, se le impuso traslado forzoso al instituto de Baeza. En esa época difícil fundó con su cuñado Frederic Rahola la editorial Teide.

Revisionismo

Vicens se lanzó hacia la conquista de méritos en el franquismo. En los primeros años de la Segunda Guerra Mundial escribió con el seudónimo de Lorenzo Guillén en la revista Destino artículos de signo favorable a Alemania y publicó dos libros de ideología un tanto simpatizante con el franquismo más duro: Geopolítica del Estado y del Imperio (1940) y Rumbos oceánicos. Los navegantes hispánicos (1946). Apoyado por Antonio de la Torre de manera decisiva, por Cayetano Alcázar y por Vicente Rodríguez Casado, consiguió la cátedra de la Universidad de Zaragoza en 1947, y un año después la de Barcelona. Su labor en los cincuenta en el ámbito de la promoción de la historia económica y social de España, en la oxigenación europea de la universidad catalana y española, en su recorrido del medievalismo al contemporaneísmo, fue extraordinaria.

Vicens fue un revisionista de los paradigmas del nacionalismo catalán no sólo respecto a Fernando el Católico. Criticó los mitos del bandolerismo catalán o de la Guerra de Sucesión. Pero no superó una fascinación singular por la burguesía catalana como eje del progreso, denunciando la convergencia imposible entre los industriales catalanes y los agrarios castellanos. Y acabó dejándose llevar por el sentimentalismo en su Notícia de Catalunya, tanto o más que Soldevila, jugando siempre a lo políticamente correcto en cada momento histórico. No deja de ser significativo que publicase el primer artículo de Elliott en la revista Estudios de Historia Moderna en 1954, en su versión original en inglés, porque como ha recordado recientemente Elliott, era “demasiado explosivo editarlo en catalán o en castellano”.

Modernidad

Ciertamente, el Vicens positivista primerizo evolucionó hacia un Vicens sentimental y hasta nacionalista. Su móvil constante fue el posibilismo y el pragmatismo al servicio de la realidad. Una realidad en la que, para él, contaban decisivamente como objetivos sacar a Cataluña de la postración de la posguerra, modernizar el Estado y profesionalizar la universidad. En la coyuntura histórica de los años cincuenta, Vicens representó, ciertamente, la modernidad. Su extraordinaria capacidad de seducción personal y profesional generó una patente fascinación por su figura entre los historiadores europeos que pasaban por Cataluña o con los que él se relacionaba. Murió a los 50 años en Lyon por un cáncer de pulmón. Está enterrado en Roses.

Vicens Vives, en sí mismo, hoy no deja de ser un referente mítico para la historiografía catalana que empieza alimentándose de la propia precocidad de su muerte. El afán por capitalizar su figura ha sido notable en sectores ideológicos contrapuestos. La derecha liberal, representada por el Círculo de Economía, ha visto en él al historiador de sus abuelos y bisabuelos, reivindicador de aquellos burgueses industriales del siglo XIX, supuestamente progresistas, abiertos y modernos, frente al conservadurismo e inmovilismo de la oligarquía castellana. Vicens, desde esta óptica, sería el gran legitimador del nuevo empresariado burgués catalán al que dotó de la responsabilidad de asumir el ejemplo de sus olvidados antecesores. Hoy, diversos historiadores han cuestionado el progresismo de aquellos burgueses del siglo XIX y, por lo tanto, las razones de la admiración que tanto suscitaron a Vicens.

Trascendencia

En la otra orilla ideológica, la izquierda, incluso marxista, también ha pretendido sentirse representada en parte por la obra de Vicens, por su estudio del campesinado remensa en su largo conflicto con la nobleza feudal catalana del siglo XV. Al Vicens estudioso de los burgueses se le ha contrapuesto, pues, el Vicens estudioso del campesinado antifeudal. Su concepción nacionalista también ha sido interpretada equívocamente. Su Notícia de Catalunya constituye todo un canto al esencialismo nacional catalán, desgranando con singular narcisismo los grandes valores nacionales catalanes, desde el seny al pactismo, pasando por la capacidad organizativa o la laboriosidad. De manera que no es nada extraño que Jordi Pujol lo haya considerado en repetidas ocasiones uno de sus maestros, "un mestre malaguanyat".

Lo que nadie puede cuestionar es la trascendencia de la personalidad de Vicens y su obra a lo largo del primer franquismo que vivió. La tentación especulativa acerca de cómo hubiera evolucionado no ya la historiografía sino la propia sociedad catalana, con Vicens dentro, siempre flotará en nuestro imaginario colectivo.