Cuentan que en una ocasión un periodista se acercó a Eugenio d'Ors y le preguntó: "¿Tiene usted aficiones políticas?". Y el escritor le respondió: "Sí, pero me las aguanto". Así, con esa estreñida contención se ha sujetado el movimiento nacionalista catalán hasta el inicio de la segunda década del siglo XXI. Unos decían ser de izquierdas, otros de derechas, unos catalanistas moderados, otros más catalanistas que los unos. Excusas para el disimulo. Todos vivían tiempos de goce nacional en el oasis en el que se pavoneaba el virrey Pujol con su corte de privilegiados y su cohorte intelectual, por encima de ellos sólo estaba el cielo nacional con sus dioses, sus héroes y su lengua propia. Era un mundo casi feliz porque tenían muy bien trazado el camino de perfección. Mediante la hipnopedia de la televisión y de la escuela en catalán, la evacuación final estaría asegurada.
Para qué aguantarse más las aficiones políticas, debieron pensar, si la verdad, la única, está con nosotros. Se acabó el disimulo. Desde el nacionalismo se ha desbordado sin complejo alguno y se ha convertido en un movimiento transversal de masas sustentado por discursos identitarios y anclado en posiciones muy conservadoras respecto a la comunidad, la lengua, la nación y la época medieval. Como tantos partidos de la ultraderecha europea, los nacionalistas catalanes se declaran también muy demócratas y sus militantes y votantes no relacionan su supremacismo o su xenofobia con posturas reaccionarias. Al contrario, se consideran más demócratas que nadie mientras te sonríen y te perdonan la vida.
Todo el movimiento nacionalcatalán es un modelo cuasi perfecto de ultraderecha
Todo el movimiento nacionalcatalán es un modelo cuasi perfecto de ultraderecha. Es curioso que cuando los politólogos hablan de extrema derecha en España nombran tan sólo el neofascismo de grupos minoritarios de españolistas radicales. Sin embargo, en el resto de países europeos califican de ultraderecha a partidos nacionalistas, demócratas, populistas y supremacistas como los italianos de la Liga Norte, aliados del procés, los flamencos republicanos amigos de Puigdemont o los ruralistas finlandeses amigos de Romeva. Resulta también extraño que se oculte que la experiencia política de las cuatrocientas familias del régimen pujolista bebe directamente del franquismo. El oasis catalán fue la continuidad de la dictadura --salvo el efímero paréntesis de Tarradellas-- y se sobrevivió porque fracasó la Transición en las altas instituciones autonómicas, incluido el Palau de la Música. Después de 1980 las élites franquistas catalanas continuaron en el poder, pero sin necesidad de rendir pleitesía al despreciable dictador centralista.
El proyecto de República catalana es la mejor síntesis del modelo totalitario hijo del franquismo. El éxito del virus ultraderechista se comprueba también cuando desde la CUP, ERC, PDeCAT hasta la versión caudillista de JxC niegan que la lengua castellana sea lengua propia de Cataluña, cuando ignoran que más del 60% de la población catalana practica cotidianamente expresiones culturales que no se insertan en el modelo normalizador catalanista. Desde 1980 se han reforzado las desigualdades sociales invirtiendo mucho más en aquellas zonas que consideran que tiene un peso étnico-electoral más puro; desde 2010 se defiende la desobediencia como forma de antisistema que niega el pluralismo y con la que se desea imponer una concepción autoritaria del orden social. Estos y otros ejemplos son la muestra de cómo se han llevado a la práctica las formas más peligrosas y característica de la extrema derecha.
El proyecto de República catalana es la mejor síntesis del modelo totalitario hijo del franquismo
Todo esto sucede porque ha triunfado y se ha normalizado la intolerancia, perfectamente identificable con la imposición de una bandera de origen fascistoide, con la exaltación de un himno xenófobo y con la exigencia vehicular y excluyente de una lengua. Con la mentira del mandato popular, con los insultos y con los ataques a la libertad de expresión la ultraderecha catalana ha perdido toda la contención y toda la vergüenza. Y sólo cuando por todas las partes --europea, española y catalana-- se asuma que es la ultraderecha quien ha gobernando y quiere seguir mandando en Cataluña será posible una negociación. Mientras, todo está cerrado, tan sólo el cementerio de las ideas y el osario de los cuerpos parecen tener las puertas abiertas.