Poco a poco parecen ir despejándose las incógnitas de la endiablada ecuación que bloquea la formación de un nuevo Govern en Cataluña. Como no podía ser de otro modo, la mano pastelera que mece la cuna de semejante rompecabezas es la del expresidente Carles Puigdemont, paradigma de político psicoantipático, sedicioso y prófugo, que casi logra hacer bueno a Artur Mas, aquel olvidable mesías de pacotilla que le precedió en el cargo. Rodeado de una guardia pretoriana dispuesta a defenderle a capa y espada, Puigdemont se muestra incluso proclive a poner en jaque a los que siendo de su cuerda y debiendo secundarle --los del 3% disfrazados de PDeCAT-- le rechazan como si fuera una almorrana y no saben qué demonios hacer para apartarle de la primera línea política. Y también a ponérselo difícil a sus socios de fechorías pasadas, los pueblerinos carlistas de ERC, que le detestan y maldicen en privado, pero que no se atreven a repudiarle abiertamente, no fuera a ser --visto lo visto en las elecciones del 21D-- que nuestro payés errante y errático se acabe zampando todo el pastel de la legitimidad soberanista y no les deje ni las migas. Además, para acabar de fastidiarla, los de la CUP le reconocen como el macho alfa de la manada de juramentados, demostrando qué buenos bolcheviques pueden llegar a ser los hijos de burgueses casposos y derechudos.
El caos político catalán es así, no se esfuercen en entenderlo, sólo conllévenlo como puedan. Y consuélense pensando que incluso muchos protagonistas principales de este disparate que vivimos no entienden nada de lo que ocurre. Si no me creen, pregúntenle a fray Oriol Junqueras, que mientras barre su celda se lamenta de que le haya tocado la pajita corta en la comedia Tú, a Estremera; yo, a Waterloo.
Les decía, retomando el hilo, que algunas incógnitas parecen despejarse. Lo que persigue Puigdemont es, partiendo de la idea original de Junqueras, un Govern bicéfalo, con un pie en la mansión para catalanes en el umbral de la pobreza que se ha agenciado allí donde Napoleón mordió el polvo, y otro en el Palau de la Generalitat. Es decir, una presidencia en nada simbólica, sino legítima, reconocida y plenipotenciaria a la hora de decidir, representar y mangonear con total impunidad, y otra, de carácter ejecutivo, dedicada a implementar lo que a él se le antoje, con un president títere libre de cargas judiciales al frente, tal y como exigen desde ERC. A tal efecto deberían quedar descartados para el cargo autómatas como Jordi Sànchez o Josep Rull, pues según prevé Rafael Catalá, ministro de Justicia, serán inhabilitados en menos de lo que canta un gallo. Así que es posible que nos presida Elsa Artadi, nombre que se baraja para ese cargo, o como responsable de finanzas de la Generalitat. Calculen lo que podremos llegar a derrochar sólo en anoraks... ¡Poca broma!
El caos político catalán es así, no se esfuercen en entenderlo, sólo conllévenlo como puedan
A Puigdemont le investiría, con la música de pompa y circunstancia del sublime sir Edward Elgar, la denominada Asamblea de Electos, creada por la AMI --la Asociación de Municipios por la Independencia-- en octubre de 2016, en previsión de que una respuesta contundente por parte del Estado pudiera dar al traste con su intentona golpista. En caso de bloqueo, cárcel y represión, deberían reunirse --creo que ahora son unos 3.500 o 4.000 alcaldes, concejales y senadores-- en un risco de Montserrat, o encaramados a una rama del Pi de les Tres Branques, y proclamar la República Geyper. De prosperar los planes de Cocomocho --que suponen cambiar la Ley de la Presidencia de la Generalitat y del Govern, 13/2008, del 5 de noviembre, por lectura única-- se irían todos ellos a Bruselas, para crear el Consell de la República en el exilio y encasquetarle a él la corona de laurel, con mucho ajo y perejil, ante la mirada atónita de todo el planeta.
Lástima que todo ese castillo de naipes no resista el más mínimo soplo de cordura. O el 155, o el Tribunal Constitucional, darán al traste con semejante majadería. Lo grave ya no es que la CUP y una veintena de diputados de NxCat (Navajazos por Cataluña) sigan en sus trece, erre que erre, tentando las lindes de la legalidad, sometidos a las mentiras de un petimetre que ya no sabe qué hacer para ponerse a salvo y no acabar dando con sus huesos en la cárcel. Haga lo que haga, Puigdemont será devorado por la Historia y condenado al ostracismo más absoluto. No, amigos, lo grave del asunto es el hecho de que cientos de miles de catalanes de a pie se hayan vuelto impermeables a la realidad, a la verdad, a la cordura, al sentido común, a la democracia y a las más elementales normas de convivencia. Son de un infantilismo y de una estupidez malévola que espanta. Y eso es lo que tiene mala o muy mala solución.
Lo grave del asunto es el hecho de que cientos de miles de catalanes de a pie se hayan vuelto impermeables a la realidad, a la verdad, a la cordura, al sentido común
Cuando Puigdemont le dice a Toni Comín --poco importa si fue un posado o un robado-- que viva lo que viva deberá dedicar lo que le reste de tiempo y energía a limpiar su nombre y defender y restituir su honor, está demostrando una vez más --sí, una vez más-- que el suyo es un comportamiento totalmente coincidente con el perfil psicológico que presentan los psicópatas. Y que nadie se equivoque con el término, olviden thrillers y películas de asesinos, porque el mundo está lleno de psicópatas encantadores. Por favor, busquen los rasgos que definen la psicopatía y verán que Puigdemont es un ejemplo de libro al 99%...
A Puigdemont sólo le preocupa la afrenta que el Estado pueda haber causado a su orgullo y soberbia sin límite al pararle los pies. Pero el daño que él ha infligido a Cataluña le importa un bledo. ¿Le han escuchado en alguna ocasión lamentarse ante la salida de empresas --que prosigue y no cesa--, hablar de pobreza, salud o educación? ¿Le han visto triste o cabizbajo por el quebranto emocional causado en la sociedad catalana?
Busquen en la hemeroteca. Y si encuentran algo, me lo dicen.
A Puigdemont, coincidiendo con sus 100 días en Bruselas y Waterloo, hay que abandonarlo directamente, sin pasar por Elba, en la isla de Santa Elena.
Lo digo mortalmente serio.