Si don Francisco de Quevedo viviera e hiciera la crónica de lo que nos sucede en Cataluña, haría sangre, y con razón.

Con mal genio, el poeta madrileño criticaba hasta su sombra. No dejaba a títere con cabeza, desde el rey nuestro señor Felipe IV, el padre de las meninas, al conde duque de Olivares que lo apresó, a los usureros judíos, a don Luis de Góngora y a los catalanes en general.

¿Qué no haría con el cabestro huido a la helada Waterloo? Él que hacía esgrima con su propia sombra, no sólo haría sangre sino que le cortaría la cabeza en la plaza Mayor para escarmiento público; que hay cosas que ni un príncipe, ni el president de la República virtual de Cataluña, puede hacer.

No sólo el poeta sino la banda de Esquerra lo apuñalaría si pasara por un desfiladero de la sierra de las Guillerías, donde Serrallonga, su contemporáneo es Joan Tardà, asaltaba a los aristócratas cuando Quevedo escribía sus mordaces sonetos.

En ERC todos hablan con un doble lenguaje, todos menos Tardà.

Lo que más me fastidia de este espectáculo ridículo es que a los catalanes nos toman por tontos, y toda España se pitorrea a cuenta nuestra

El mundo indepe se ha puesto al revés: la CUP apoya a la banda del hijo del pastelero porque ya no se fía de Esquerra, que tiene que tragar quina de las excentricidades de Carles Puigdemont y sus portavoces. La última ocurrencia que no entienden es por qué Cataluña no se puede gobernar por plasma desde Waterloo, cuando Madrid gobierna las Canarias desde tres veces más lejos ¿Qué se toma esta gente? Alucino.

Lo que más me fastidia de este espectáculo ridículo es que a los catalanes nos toman por tontos, y toda España se pitorrea a cuenta nuestra. Han perdido la cabeza y nos la quieren hacer perder a todos.

Ahora resulta que el mensaje enviado por el fugado a Comín les importa un comino porque no ha existido. Todos sufren amnesia selectiva, porque bien que se acuerdan del millar de heridos en el 1-O.

De esta amnesia colectiva también participa la banda de Junqueras, que saldrá de la prisión hecho un pincel, no por hambre sino por los nervios que le está alterando los biorritmos del de Girona.

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No entiendo el silencio de Inés Arrimadas porque, de no dar Junqueras un puñetazo encima de la mesa para decir ¡el rey está desnudo!, volveremos al día de la Marmota y a otro imprevisible 21D.

Me resisto a creer que los indepes hayan perdido la cabeza por culpa de un desesperado que sabe que le esperan muchos años a la sombra, y que, por eso, no le importa convertir a su partido en un pecio hundido en el fondo del mar.

Quevedo no sólo haría sangre al hijo del pastelero, sino que intentaría sacar del convento a doña Inés, ¿presa del cardenal Rivera? Sólo así entiendo su renuncia a postularse en el Parlament.