Nos van a perdonar ustedes la impertinencia, pero --sin que sirva de precedente-- tenemos que citar al Papa Francisco, tan querido por Sor Junqueras en la piadosa soledad de Estremera: "La miseria y la pobreza no coinciden; la segunda es la carencia material sin confianza ni esperanza. En cambio, la primera es una forma de suicidio incipiente". Podríamos decir al hilo de este argumento --que hacemos nuestro no por devoción, sino porque los católicos dicen que el Santo Padre es infalible-- que los independentistas catalanes se están inmolando en su ciega búsqueda de esa patria que pretenden construir mediante el amedrentamiento del disidente, el supremacismo de los tontos solemnes y el fascismo de los gudaris en prácticas. Al menos, desde el punto de vista moral, que ya sabemos que no coincide exactamente con el electoral, cuya pauta sólo indica cuál es la extensión aritmética de las patologías sociales.

Cataluña está enferma. Sus males son el arribismo y el sectarismo, entre otros. Es la región de España donde más recortes sufrieron los presupuestos sociales entre 2009 y 2015. Un mérito indudable del Astut --como dice el maestro Ramón de España-- antes de ser decapitado por la alegre muchachada de la CUP y ser requerido en los tribunales por haber costeado sus consultas populistas con el dinero de todos. Desde que en 2011 decidió entrar en el Parlament en helicóptero, que ya sabemos que es un privilegio reservado sólo a los césares que sufren la incomprensión de su propio pueblo, Mas ya demostró que su huida hacia el independentismo se debía únicamente a la necesidad de tapar con la estelada las prosaicas miserias de toda una era --la pujolista-- sustentada en la corrupción, los clanes tribales de intereses, el 3%, Andorra and all these stuff. Mientras fabricaba el prusés con los republicanos y los antisistema (que cobran del sistema) su país se hundía en el precipicio.

Cataluña está enferma. Sus males son el arribismo y el sectarismo, entre otros

Las estadísticas dicen que casi el 20% de los catalanes viven en una situación cercana a la pobreza. El 53% de sus desempleados llevan más de un año buscando un trabajo para sobrevivir. El 71% de los parados ya no recibe ningún tipo de prestación social. Los salarios han desaparecido o han menguado. Quienes ingresaban menos de 10.000 euros al año por su esfuerzo laboral ahora apenas alcanzan los 7.800 euros de renta anual. Su flotador ha perdido un 15% de aire disponible. Y siguen dando brazadas en el inmenso océano del desamparo. El Govern recortó los programas asistenciales, educativos y sanitarios públicos entre un 14% y un 17%. Lo que no eliminó lo privatizó o directamente lo externalizó. Las políticas públicas de vivienda perdieron hasta el 60% del presupuesto. Al mismo tiempo el boom de los alquileres turísticos reventaba el mercado inmobiliario de Barcelona.

El Estado social ha retrocedido en Cataluña un 20% en números globales al tiempo que el Gobierno central avalaba y mantenía la liquidez de un ejecutivo hipócrita que prometía el paraíso mientras tocaba la obertura de los locos y acercaba a sus administrados al infierno. La lista de quebrantos ha seguido creciendo: fuga masiva de empresas, huida de los patrimonios privados y la caída (inevitable) de la recaudación fiscal. El impacto económico del delirio soberanista es como un iceberg: sólo hemos visto la parte superior; la inferior debe ser pavorosa. Que una parte de electores sigan votando a los hacedores de tales gestas demuestra que la ceguera en Cataluña no es sólo espiritual, sino material. Por supuesto, quienes viven del presupuesto pueden aguantar la tormenta: ni necesitan los servicios sociales, ni acuden a la sanidad pública, ni dejarán de hacer paellas en Cadaqués en verano.

El impacto económico del delirio soberanista es como un iceberg: sólo hemos visto la parte superior; la inferior debe ser pavorosa

Para ellos el prusés es un carrusel de emociones sin riesgo. Como una montaña rusa en un parque de atracciones. El problema lo tienen los catalanes humildes. Quienes dependen de la asistencia pública para mantenerse a flote. Gracias a la investigación judicial abierta, ya se sabe con certeza que parte de la pasta que Montoro enviaba a Sor Junqueras para pagar las facturas, evitar la quiebra de los proveedores y sostener los programas asistenciales ha sido destinada a la pantomima full de las urnas de plástico, el Iphone de Comín y el exilio de Puigdemont y Cía. Tener a Napoleón refugiado en Waterloo sale carísimo. Habrá quien aplauda esta malversación pensando que es lícito saquear las arcas españolas para levantar la República Catalanufa. Que Dios (o La Moreneta) les conserve el juicio.

El nacionalismo siempre ha dicho que Cataluña era un país rico saqueado por sus vecinos. Ahora sabemos que la realidad es justo la contraria. Cataluña es más pobre gracias a la atrofia espiritual de sus gobernantes. Sólo unos miserables morales serían capaces de quitarle el pan a los que no tienen nada o necesitan de la solidaridad de los demás para regalarles a cambio una banderita.