Pese a lo que pueda decir públicamente el ministro De Guindos sobre que España necesita dos años más de crecimiento al 3% para salir de la crisis, lo cierto es que la gran depresión de 2008 es, hoy por hoy, historia, aunque son pocos los que pueden arriesgarse a afirmar que ésta es irrepetible, en la medida que la crisis está en el ADN del capitalismo, al menos, del capitalismo tal y como se entiende en la actualidad.
Un año más, el sarao de Davos, la 48 edición del Foro Económico Mundial, se ha celebrado con mucha normalidad, aunque en esta ocasión los empresarios, en su inmensa mayoría, han hecho un ejercicio algo impúdico de optimismo y complacencia de cara al futuro, que ha recordado el clima que se respiraba en esas montañas suizas antes de la crisis financiera, aunque no se llega a la opulencia de entonces.
Y califico de impúdico la exposición de tan elevado grado de optimismo y confianza porque la crisis se ha saldado con un aumento relevante de las diferencias y los desequilibrios entre los distintos estratos sociales de las economía desarrolladas, en incluso de las que están en vías de desarrollo.
Participaba de ese desmedido optimismo el propio Fondo Monetario Internacional que, coincidiendo con Davos, hacia públicas sus previsiones económicas que apuntan a un crecimiento, a nivel mundial, de dos décimas para situarse en un 3,9% para este año y el próximo. Para todos, menos para uno, España, que por mor de la situación en Cataluña, ve como el FMI rebaja una décima sus previsiones iniciales de crecimiento. Menos mal que el FMI terminara equivocándose como suele ser usual.
Todo parece indicar que las oscuras fauces de la crisis retornarán antes o después y volverán a golpear a las clases más desfavorecidas
Visto desde el corto plazo, nada que objetar a esa euforia en materia de previsiones, ya que salir "definitivamente" del pozo de miseria en el que hemos estado sumergidos siempre merece una especial bienvenida. Las bolsas suben, las economías crecen, el desempleo se reduce, la banca sigue ganando dinero, los bancos centrales retiran muletas y suben tipos, y los desequilibrios, en términos generales, tienden volver a los cauces habituales, salvo en España en donde la deuda pública empieza a ser crónica, los salarios son bajos, las diferencias de rentas han aumentado de forma descontrolada y el modelo económico sigue siendo parecido al existente antes de la crisis.
Las reformas, tan necesarias en España, siguen en lista de espera.
En estas condiciones y basándonos en el puro empirismo, todo parece indicar que las oscuras fauces de la crisis retornarán antes o después y volverán a golpear a las clases más desfavorecidas.
Se vuelve a perder una oportunidad, otra más, para que este sistema capitalista modifique algunos de sus parámetros más negros y más injustos.
Mucho me temo que, pese a que la economía mundial es ahora más fuerte que hace diez años y que hemos aprendido lo que no está escrito de lo mal que lo hemos pasado, el mundo ha perdido la oportunidad de redefinir el modelo de crecimiento o de economía sostenible, y aunque no sea cuestión de posicionarse junto a idealistas de poca base que reclaman reinventar el modo en que vivimos, si parece llegado el momento de repensar el papel de los poderes económicos, del dinero, de la banca y de las finanzas.
Puede que haya llegado el momento de transformar las organizaciones y dotarlas de propósitos orientados al bien común
Como diría un gurú de la nueva economía, puede que haya llegado el momento de transformar las organizaciones y dotarlas de propósitos orientados al bien común, de redistribuir el poder y explorar nuevos modelos de gobernanza, más descentralizados, más democráticos. Puede que haya llegado, incluso, el momento de dejar de hablar de competencia y hablar de colaboración, de abandonar un sistema económico extractivo y transitar hacia un nuevo modelo que conserve y regenere la naturaleza.
El futuro del planeta así nos lo exige.
Las prácticas económicas y los modelos de negocio tradicionales no van a sacarnos del aprieto en que estamos inmersos. Siguiendo las palabras de quienes propugnan un nuevo modelo, tenemos ante nosotros un reto histórico: transformar el modelo de desarrollo económico por primera vez en la historia que nos permita cambiar la economía para cambiar el mundo.
De lo contrario, pese a lo que hemos aprendido de la gran crisis de 2008, el mundo volverá a hacer frente a un nuevo y doloroso episodio.