Utilizar las redes sociales, especialmente Twitter, para lanzar mensajes, sin la formalidad de unas declaraciones, es una práctica común en política. Trump es un practicante aventajado. También es relativamente frecuente que mensajes privados de telefonía móvil acaben viendo a la luz en contra de la voluntad de sus autores, ya sea por un descuido, por una filtración interesada del receptor, o por una intervención judicial.
¿En el caso de los mensajes enviados esta semana por Puigdemont a Comín estamos en alguno de estos supuestos?
En los medios se ha hablado de dos hipótesis: mensajes robados por la imprudencia de Comín, o posados por Comín en lo que sería una traición se supone que en interés propio o de ERC. Pero, a mi entender, habría que añadir una tercera hipótesis: mensaje posado por Comín en connivencia con el propio Puigdemont.
De entrada, sorprende que se utilice la mensajería en una confesión de este tipo entre personas que están en contacto constante. De hecho, Comín representaba a Puigdemont en el acto de Lovaina. Más sorprendente es que Comín no haya respondido a Puigdemont o, al menos, que no hayamos visto su respuesta a pesar de que los mensajes no se acababan de producir cuando fueron filmados por las cámaras del programa de Ana Rosa Quintana. Desde luego, si un amigo o conocido manda unos mensajes que revelan un tono depresivo, lo normal es responderle dándole ánimos.
Los mensajes de Puigdemont no responden a una improvisación propia de un estado de ánimo puntual, sino que su contenido está muy pensado para que su impacto político sea beneficioso para él
Pero lo más determinante, desde mi punto de vista, es el contenido de los mensajes. No responden a una improvisación propia de un estado de ánimo puntual, sino que su contenido está muy pensado para que su impacto político sea beneficioso para Puigdemont.
En unos momentos de debilidad creciente, Puigdemont decide victimizarse al acusar a ERC y a parte del PDeCAT, sin citarlos, de sacrificarlo permitiendo con ello el triunfo de "Moncloa", y no por un interés de país, sino exclusivamente para facilitar la salida de la prisión de Junqueras, Cuixart, Sànchez y Forn. En el mismo tono victimista, cuestiona los años que le quedan de vida alimentando la veracidad de las declaraciones de Jorge Verstrynge a La Sexta en las que decía que Puigdemont temía por su vida si volvía a España.
Con ello se quita la presión de encima y la traslada a quienes desde sus filas piensan en sustituirle con la intención de acabar con el 155 y retomar el control de la Generalitat de forma efectiva, y así esperar tiempos mejores desde la comodidad del poder. Es una hipótesis, sólo los protagonistas conocen la verdad, pero me parece verosímil. En todo caso, el efecto práctico, querido o no, es el que he descrito con anterioridad.
No creo que Puigdemont consiga sus objetivos: ni va a ser el próximo presidente de la Generalidad --al menos no va a gobernar--, ni se repetirán las elecciones que parece ser la segunda opción de los legitimistas. Y no se repetirán porque nada garantiza una nueva mayoría independentista, la pelea interna tiene claros efectos desmovilizadores; porque existe el riesgo de que, ante el empecinamiento rupturista, el Gobierno alargue el 155 por una larga temporada, y sobre todo porque existe prisa entre la clerecía nacionalista en recuperar el control del presupuesto de la Generalitat. Pero, sin duda, los mensajes de Puigdemont complican la vida a sus rivales en el bloque secesionista.