La victoria de Milos Zeman, por escaso margen, en las elecciones presidenciales de la República Checa, le mantendrá en el cargo durante cinco años más y es un signo, otro más por si hiciera falta, de un mundo occidental que observa el porvenir, no le gusta lo que ve, y toma las medidas equivocadas para afrontarlo. Zeman ha ido evolucionando desde la socialdemocracia hacia un populismo con resonancias de extrema derecha, cercano a los postulados de Marine Le Pen, aliado de un partido claramente xenófobo; predica un euroescepticismo --heredado del arrogante expresidente Václav Klaus-- que no se compadece bien con los beneficios que le ha dado a la República su adherencia a la CE; anuncia que convocará referéndum sobre la permanencia en la CE y en la OTAN. Crítico con la vieja Europa, es partidario sobre todo de estrechar vínculos con Rusia y con China.

Lo más curioso de las reñidas elecciones del pasado domingo es que Zeman cimente su popularidad y haya alcanzado la victoria a partir de sus declaraciones antiislámicas y asustando, o capitalizando en beneficio propio el temor de los electores checos a la irrupción de masas de refugiados norteafricanos (inexistentes en la República, salvo algunos carteristas magrebíes en la plaza Wenceslao de Praga) y al terrorismo islámico (que no ha operado allí ni se le espera). Los checos viven en un momento dulce de bienestar, desempleo muy bajo y crecimiento económico espectacular, pero desde luego esto no les hace más despreocupados, como demuestra el resultado de las elecciones.

Los votantes del populista Zeman y de Drahos viven en mundo paralelos, pero incomunicados. Viven en espacios físicos separados, no se tratan unos a otros, y se desprecian recíprocamente

Ese resultado también demuestra que la sociedad está profundamente dividida en dos. Los pueblos y las pequeñas ciudades han preferido al veterano político (que justifica su querencia por el tabaco y el alcohol, inmoderada según algunos periodistas, como rasgos de autenticidad y de empatía con los hábitos del pueblo llano) mientras su adversario, Jirí Drahos, químico de profesión y exdirector de la Academia de las Ciencias checas, centrista, moderado, europeísta y pro OTAN, era preferido en Praga, Brno y otras ciudades grandes.

Los votantes del populista Zeman y de Drahos viven en mundo paralelos, pero incomunicados. Viven en espacios físicos separados, no se tratan unos a otros, y se desprecian recíprocamente. (¿Te suena de algo?)

En un tema sí están de acuerdo Zeman y Drahos: en su recelo ante la inmigración de musulmanes, y de africanos en general. "Europa no puede alimentar a cien millones de africanos, hay que ayudarles en su casa", ha dicho Drahos. Pero ¿a quién quiere engañar con estas piadosas elucubraciones sobre planes Marshall africanos que nunca se llevan a la praxis, ni nunca se llevarán?