Quizás algunos de ustedes no conocen el concepto, yo mismo he tenido que buscarlo en el diccionario. La misandria es el odio o aversión a los varones (según la RAE). Yo añadiría a los varones heterosexuales pues el odio a los homosexuales tiene su propio concepto: homofobia.
Saco a relucir este concepto porque, en torno a determinadas campañas, como la ahora famosa #MeToo, algunos de los planteamientos que he leído bordean la frontera entre la legítima defensa de los derechos de la mujer y la denuncia de los abusos sexuales y de poder, con el cuestionamiento de los hombres heterosexuales en su conjunto.
La distinción entre las conductas individuales, por importantes que sean cuantitativa o cualitativamente, y la criminalización de colectivos --ya sean étnicos, religiosos o de cualquier otra clase-- es un signo de civilización que no se debería obviar. También los hombres tenemos derecho a que no se nos trate genéricamente como delincuentes.
La distinción entre las conductas individuales y la criminalización de colectivos es un signo de civilización que no se debería obviar
El tema no es baladí y sus consecuencias tampoco. Los excesos de lo políticamente correcto, vinculados a la capacidad de presión de determinados colectivos y a su presencia mediática, además de injustos, generan reacciones sociales, muchas veces subterráneas por miedo a expresarse, que pueden acabar con consecuencias colaterales como el triunfo electoral de Donald Trump.
Las campañas de concienciación contra la violencia de género, la puesta a disposición de la justicia de medios materiales y personales para su persecución y condena, y la protección a las víctimas pueden y deben llevarse a cabo sin necesidad de eludir las reglas que rigen el Estado de derecho. Utilizar la capacidad de presión de un colectivo para estigmatizar a personas, sin estar condenadas por un juez y, a veces, ni siquiera denunciadas ante los tribunales, no es ni justo, ni eficaz a largo plazo en la defensa de la causa que se pretende defender.