La Cataluña soberanista ha forjado su rencor navegando entre un pasado ilusorio y el anuncio de un futuro glorioso, y, precisamente por eso, puede permitirse ahora volver a los cuarteles de invierno, aplazar la batalla, que sobrevive en el inconsciente colectivo de su gente. Esta es la esencia del discurso de toma de posesión del cargo de presidente del Parlament por parte de Roger Torrent. Frente a él, empapada de nostalgia, Carme Forcadell, una mujer marcada por fulgores insolentes, no consigue disimular su mal estar: "Yo he tenido que borrar mis huellas, mientras que tú festoneas el trono".

Torrent es un saduceo acendrado: politólogo de la Autónoma, máster de estudios territoriales y autonómicos en la Universidad Politécnica de Cataluña y de la Pompeu, alcalde Sarrià de Ter, elocuente sobre su cartapacio municipal, pero incapaz de frenar el delito medioambiental de la antigua papelera Torrespapel instalada en su localidad (huele a demonios incluso desde la autopista con las ventanas cerradas y a 120 km/hora), donde la levantó el legendario Paulino Torres y donde se estrelló el financiero De la Rosa. En su estreno del pasado martes en el Parlament, Torrent evitó el terreno reservado al príncipe (Junqueras) y exhibió el toque moderado y afrancesado de la vía republicana, que se mueve bien en la Corte, pero que guarda siempre el comodín para el momento de la barricada. Con sus palabras, sobrevoló un “me portaré bien”, como si eso fuera todo, después de años alimentando a la bestia que habita en su intestino, encriptada ahora por la amenaza de magistrados, fiscales y ponentes del Constitucional.

 

roger torrent

 

Martha Nussbaum sentenció con acierto que “las emociones tienen una gran importancia a la hora de configurar el espacio público”. Torrent lo sabe muy bien y combina con tino las gotas de este elixir con la dosis de civilización que implica siempre un control sobre los afectos desmedidos. Él es un fino estilista en la nómina del bloque independentista que se divide entre saduceos y fariseos, según la antinomia evangélica en la que encajan el PDeCAT y Esquerra, aunque los primeros no sean todos de un color y los segundos del otro. Más bien se diría que unos y otros, miembros del sanedrín de la nueva Judea (Cataluña), están entreverados en medio del tumulto, como los timbucos y calandracas de Centroamérica, repartiendo estados de ánimo al estilo de los partidarios del seny y de la rauxa.

Carles Puigdemont que no es un político votado por su discurso sino por su entorno táctico, ha pedido delegar el voto en la investidura y pone a prueba los nervios de Roger Torrent. No hace falta decir que el expresident es un fariseo consagrado frente a los saduceos Torrent o Artur Mas. Al hilo del mismo argumento, Joan Tardà, Ernest Maragall o Gabriel Rufián expresan grados de fariseísmo de menor a mayor, mientras que el portavoz nacionalista en el Congreso, Carles Campuzano, el exconseller de Cultura, Ferran Mascarell o el inhabilitado Francesc Homs, son saduceos contumaces; estos últimos lucen con el báculo en la mano enfundados en una túnica blanca, mientras que su contrincantes fariseos aman el canutazo radiofónico o el stand up televisivo y nunca olvidan el atrezo furioso en la tribuna de oradores. Echando la vista atrás, las peleas entre el saduceo Miquel Roca y el fariseo Jordi Pujol explicarían mejor la distinción actual.

La dos facciones del procés tratan de perpetuarse bajo el ritual polisémico de las ideas expresadas en palabras. Pero, a diferencia del Nuevo Testamento, nuestro caso no diferencia entre riqueza y pobreza, ni entre doctrinas litúrgicas dentro de la misma iglesia. Eso sí, sus actos dividen el pastel político como los cuchillos afilados cuando cortan la mantequilla. En el Evangelio, Caifás era saduceo; desde su cargo de sumo sacerdote, fue responsable del enjuiciamiento y sentencia de Jesucristo. Y ahora Torrent se llevará por delante a Puigdemont después de que Rajoy y Soraya liquiden su investidura telemática. Roma (Moncloa) no admite dudas y solo negocia con saduceos recatados.

 

Si Torrent ha venido para investir a Puigdemont, será mejor que muestre sus cartas en vez de decir que quiere defender los 135 diputados del Parlament

 

El engaño y el amago habitan los argumentos soberanistas. La pillería siempre ha funcionado mejor que el compromiso, como se dio en la Francia revolucionaria de Jean Paul Marat, el médico jacobino, conocido como el amigo del pueblo por el nombre de su panfleto L’ami du peuple. Marat fue cegado por su sed de venganza contra la aristocracia; dejó de perseguir culpables para convertir a sus contrincantes en chivos expiatorios. Se hizo inquisidor como Beria y Stalin en la Rusia del XX Congreso del PCUS, que laminó a una generación de bolcheviques a base de sospechas e inventando las fake news que tan buen resultado le dan ahora a Vladimir Putin.

Por su promesa inicial, es muy posible que Torrent haga del vertu parlière (facultas del habla) un sustituto natural del ingenio y la verdad. El populismo irrumpe cuando, a un determinado grado de descontento en una sociedad, se le une un discurso adaptado a los instintos y reclamaciones contra el statu quo. Si a ello se le añade la elocuencia, estamos perdidos. Si Torrent ha venido para investir a Puigdemont, será mejor que muestre sus cartas en vez de decir que quiere defender los 135 diputados del Parlament.

En los discursos de Cicerón, la antigüedad labró la práctica política en medio de enormes restricciones de la libertad; y podría decirse que en tiempos de Torrent la herencia de Forcadell, marcada por la desobediencia al Constitucional, pesa demasiado. Si seguimos el camino indepe, ya sabemos que a ratos parecerá que el procés puede volcar el régimen del 78 y que, en otros ratos mucho más prolongados, seremos un país comandado a control remoto desde Madrid. Los fantasmas reaparecen si no acabamos con la tensión enquistada.

El nudo del nacionalismo blando se cerró en las mejores etapas de la gobernabilidad pujoliana y ahora toca inventar un nuevo lenguaje para el postsoberanismo. Para salir de la dicotomía entre saduceos y fariseos, la nueva gramática del discurso debe plegarse a sus fines. No valen las copias ni la retórica. Como debe saber Roger Torrent, la invención crea su propia memoria.