Hace pocos días, la Audiencia de Barcelona hacia pública su sentencia por el caso Palau de la Música, según la cual, se condena a nueve años y ocho meses de cárcel al expresidente de la entidad, Fèlix Millet, y a siete años y seis meses a Jordi Montull, su mano derecha, por el expolio que perpetraron entre 2000 y 2009. Por su parte, la extinta Convergència Democrática de Catalunya (CDC) era condenada como responsable civil a título lucrativo y deberá devolver 6,6 millones por el cobro de comisiones irregulares a cambio de concesión de obra pública. Quedaba sin condena la empresa Ferrovial y sus directivos por haber prescrito las actuaciones juzgadas.
Hasta aquí, la conclusión judicial sobre un asunto de corrupción política que ha durado años y que, con el fallo del tribunal, todo parece haber concluido. Así que todos contentos y a casa. A CDC le han dado una colleja para demostrar que su olla política estaba igualmente podrida que la del resto de sus congéneres, y que el oasis catalán no era tal y que estaba lejos de ese pretendido mundo idílico que nos vendieron durante años.
Así es el mundo feliz de lo políticamente correcto. Estamos encantados de habernos conocido y, a partir de ahora, cada uno a lo suyo: los políticos, los periodistas y sus medios, y el sistema, en general, a mantener el momio y a tratar de que éste no se venga abajo.
Llegados a este punto, no puedo por menos que acordarme del celebrado Eugenio, aquel humorista catalán que deia que, cuando un excursionista al caer por un barranco y quedar colgado de una rama, gritó para pedir auxilio: ¿Hay alguien ahí? Oyó una voz; era Dios, que le invitaba a dejarse caer ya que le mandaría un coro de ángeles que con sus alas batirían el aire y lo devolverían a tierra firme. Gracias --contestó--, pero... ¿hay alguien más?
Los jueces han sentenciado y dos empleados del sistema pagaron por lo que se ha dado por denominar el "saqueo" del Palau, aunque nadie se ha preguntado públicamente si hay alguien más
Esa es la cuestión. Los jueces han sentenciado y dos empleados del sistema pagaron por lo que se ha dado por denominar el "saqueo" del Palau (hasta el propio término creado para definir el asunto es impostado), aunque nadie se ha preguntado públicamente si hay alguien más. Nadie está interesado en seguir tirando del ovillo ni en Cataluña ni en el resto de España porque, si ese interés existiera, todo el entramado del sistema se iría al guano.
Ferrovial, una gran empresa, correrá con todo el escarnio, el descrédito y la vergüenza de haber favorecido, al menos formalmente, "la pasión catalana por la música", pero todos lo que están en la pomada saben que la empresa de Del Pino no es la única que siente pasión por la música.
Es más, en el sector de la construcción y de la obra pública de España, de Europa y del mundo mundial, no existe ni una sola empresa que haya conseguido sacar la cabeza sin pasar por ventanilla. De otros sectores, salvo los que se mueven en la órbita divina, puede decirse lo mismo: cotizar, no solo se cotiza a Hacienda y a la Seguridad Social.
Es lo que se conoce como economía clientelar sobre la que se basa nuestro modelo capitalista y que consiste, como muy bien la ha definido Jaime Terceiro, en "la utilización de la capacidad normativa y de gasto de las distintas administraciones públicas en beneficio de una o varias personas, empresas o grupos de interés, y en perjuicio de terceros, que generalmente son los ciudadanos".
En el sector de la construcción y de la obra pública de España, de Europa y del mundo mundial, no existe ni una sola empresa que haya conseguido sacar la cabeza sin pasar por ventanilla
No me sustraigo a abandonar tan rápido al mencionado catedrático cuando recuerda que los dos sectores más conocidos por la presencia en ellos de la economía clientelar son el de las infraestructuras y el energético. En el otro lado de la balanza, los de siempre los ciudadanos, los paganos.
Sigamos con Terceiro, quien hace un par de años, en una poco conocida conferencia pronunciada en la Academia de Ciencias Morales y Política, se despachaba a fondo al recalcar que "con frecuencia, los convenios y concesiones públicas que este proceso conlleva, no responden más que a la capacidad de determinados grupos de presión y empresas de servicios concretas para inclinar la balanza en una u otra dirección".
Y para quien no se haya enterado todavía de que el asunto, Terceiro se dedicó a repartir estopa a unos y otros: AVE, aeropuertos, autopistas catalanas y autopistas radiales de Madrid, energía hidráulica, energías renovables, proyecto Castor o la construcción de edificios de hasta 249 metros de altura y 59 plantas en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid en el Paseo de la Castellana, proyecto llevado a cabo tras un sonrojante cambio de las normas urbanísticas, que incluso obligó a modificar en profundidad la ampliación del aeropuerto de Barajas.
Mucho me temo que Terceiro esté sumido en la melancolía en su pelea por conseguir que España se dote de un marco institucional que diferencie entre empresarios y conseguidores.