Y en el principio de todo... estaba el catalanismo católico. Desde las catacumbas, desde domicilios particulares, y siempre con un manto religioso, unas pocas decenas de burgueses católicos impidieron la destrucción total de la llama catalanista.
La frase puede ser atrevida, pero responde a la recuperación real del catalanismo político tras la Guerra Civil. Los catalanes que amaron a Franco, la burguesía que encontró en el final de la guerra un respiro para recuperar el control de una situación que había llevado al caos, esa misma --una parte de ella-- fue también la que puso las bases para el enfrentamiento con el régimen, desde dentro, cuando comprobó que el levantamiento militar se había convertido en una dictadura asfixiante. Se trató de un “sabotaje”, como lo ha interpretado el periodista y escritor Joan Safont, en su libro Sabotatge contra Franco, episodis d’oposició dels que havien guanyat la guerra (Angle Editorial).
Safont lo escribe con maestría, colocando a cada personaje en su contexto, estableciendo todas las relaciones de un puñado de personas que no se dieron por vencidas, y que, poco a poco, lograron la suma de una gran parte de la sociedad catalana para combatir el franquismo.
Ahora bien, que nadie se engañe. Y Safont lo deja claro: es una parte de esa burguesía. Siguiendo a Borja de Riquer, como cita Safont, “no hubo ninguna disensión burguesa relevante, ni mucho menos actitudes significativas de oposición de esos sectores respecto al régimen franquista. Al contrario, siempre fue un grupo social agradecido, acomodado, notablemente beneficiado y engordado por la mezcla de paraíso fiscal y laboral que fue la dictadura franquista”.
La figura de Fèlix Millet... padre
Pero aparecen algunos nombres que rompen ese esquema, aunque fueran personajes establecidos en el régimen, con posiciones de poder. Uno de ellos es Fèlix Millet i Maristany, padre del Fèlix Millet que espera una condena este lunes cuando se haga pública la sentencia del caso del Palau de la Música. Cosas de la vida y de la historia.
Fèlix Millet padre está en el centro de todas las iniciativas de reconstrucción del catalanismo. En su domicilio, ya en 1941, se van cociendo reuniones que supondrán una clara resistencia cultural. Millet, conjuntamente con el católico Maurici Serrahima, acompañado a su vez del también militante de Unió Democràtica Pere Puig i Quintana, impulsará la Fundació Benèfica Minerva, logrando el apoyo de miembros de la burguesía industrial, como Francesc Ripoll (Cros), Ricard Margarit (Catalana de Gas), Josep y Domingo Valls Taberner (algodoneros, y hermanos de Ferran Valls Taberner, que había abjurado de su fe catalanista) o Rossend Riera i Sala, hijo de la empresaria textil Tecla Sala. Fèlix Millet actuó como mecenas de Josep Maria de Sagarra, que, al volver del exilio, estaba en unas condiciones económicas muy precarias. Esa ayuda le posibilitó, entre otros trabajos, la traducción al catalán de las obras de Shakespeare.
Safont va más lejos. Describe, analiza las acciones de cada personaje y contextualiza su importancia para “destrozar la maquinaria” del franquismo, como lo califica en el prólogo el ensayista y escritor Jordi Amat.
Portada del libro 'Sabotatge contra Franco', de Joan Safont
El autor de Sabotatge contra Franco, especialista en la obra periodística y literaria catalanas de entreguerras y que prepara una tesis doctoral que se espera con devoción sobre la figura de Amadeu Hurtado, aborda los hechos cruciales: la recuperación de la actividad clandestina del IEC; las lecciones del editor y después escritor Joan Sales (que dejó ese enorme fresco íntimo titulado Incerta Glòria); los jóvenes del Grup Torras i Bages; la figura de Jaume Vicens Vives; el papel de la revista Destino; el activismo del joven Jordi Pujol; los inicios de Òmnium Cultural; el Barça o la figura central, imprescindible de Josep Maria Vilaseca Marcet (Jordi Amat publicó su biografía, Un país a l’ombra).
La izquierda catalanista tuvo un peso enorme en los diez años anteriores a la muerte de Franco. El movimiento obrero, la acción de Comisiones Obreras, los partidos clandestinos... Pero Safont ha querido centrarse en los catalanes conservadores que, a pesar de dar su apoyo inicial al franquismo, porque el anarquismo y el caos habían atacado el catolicismo con fiereza, son los que inician un sordo trabajo de resistencia.
El acto catártico en Montserrat
La prueba, la que deja más impresionado al lector de hoy, el mismo que asiste al derrumbamiento de la política catalana, es la acción que un joven Josep Benet acomete en 1947 en Montserrat. La excusa es la organización de las fiestas para la entronización de la Mare de Déu de Montserrat. Pero Benet, con la participación de todo el catolicismo del momento --con la colaboración de un chico llamado Jordi Pujol que ayuda con el envío de sobres-- lo acaba transformando en un acto catalanista, con una senyera enorme en la montaña que las autoridades franquistas acaban asumiendo. Y con toda la parafernalia festiva realizada en lengua catalana.
Safont explica que, en un primer momento, se trataba de “un acto de exaltación religiosa propio de un régimen nacional-católico español, con unas pinceladas de regionalismo magnánimamente autorizadas para la ocasión, pero a la larga la fiesta tuvo otro componente más profundo de hermanamiento, de reencuentro y reconciliación entre catalanes que habían luchado y se habían situado en los dos bandos de la guerra fraticida, con Montserrat como lugar de encuentro. Visto retrospectivamente, fue un punto de inflexión en la permanencia del sentimiento catalanista durante la primera postguerra”.
El régimen franquista se da cuenta, pero a toro pasado. La semilla se había colocado. Aquel puñado de católicos catalanistas, de origen burgués, desde las catacumbas, en los primeros años cuarenta, quisieron recuperar “el país”. Se trata de un momento histórico que merece más interés, y que Safont ha recuperado con su Sabotatge contra Franco.