La descripción abreviada del momento es sencilla. Hay una mayoría independentista en el Parlament que debe gobernar y un país que suspira por la estabilidad de un gobierno que gobierne; hay un fracaso que asumir en forma de renuncia a la unilateralidad; una excepcionalidad a resolver, la de los presos preventivos, y un peligro para conjurar: la persistencia del 155. ¿Todo esto debe quedar en nada por culpa del falso legitimismo esgrimido por el diputado Puigdemont en beneficio propio?

La llave de la situación no la tiene Catalunya en Comú sino ERC. La candidatura de fans de Puigdemont no ganó las elecciones ni tiene ninguna probabilidad de formar gobierno ni de investir a un candidato sin los votos de los republicanos. Sin duda, existe un pacto independentista para hacer efectiva su mayoría en la cámara catalana; sería absurdo esperar lo contrario. La duda razonable es otra: ¿la solidaridad independentista obliga al partido de Oriol Junqueras a asumir el increíble plan de Puigdemont?

ERC ha salido muy tocada de las elecciones, su fracaso queda magnificado por el éxito de JxCat; su capacidad, o su voluntad de resistencia a las tesis de la presidencia virtual y la república digital, habrán quedado mermadas por su depresión postelectoral y por el ensañamiento judicial para con su líder; sin embargo, esta circunstancia desalentadora para ellos no les exime de la responsabilidad de país de evitar la apertura de una nueva etapa de enfrentamientos inútiles, prohibiciones constitucionales, desobediencias e imputaciones.

¿La solidaridad independentista obliga al partido de Oriol Junqueras a asumir el increíble plan de Puigdemont?

La fuerza mediática y la determinación del diputado de Bruselas es enorme, directamente proporcional a su pérdida de contacto con la realidad; la fidelidad de los integrantes de JxCat le anima ciegamente en su personalismo y la debilidad clamorosa del PDeCAT elimina cualquier razonamiento alternativo. Ante este panorama, todo indica que ERC va a optar por un seguidismo acrítico, pasivo, como si desentendiéndose del plan Puigdemont su complicidad antes las probables consecuencias negativas quedara atenuada. Error mayúsculo.

En su huida hacia quien sabe dónde, Puigdemont regala a ERC el espacio y la oportunidad para hablar claro al país en general y a los independentistas en particular para decirles algo así como no más mentiras, compañeros, el proyecto de creación de un Estado propio no puede sustentarse en más disparates, nosotros estamos aquí para impedirlo y enderezar la estrategia. El momento ERC llega en el peor momento de ERC, pero así son las cosas de la política. O se toma o de deja.

La ecuación es sencilla. El nuevo Parlament está perfectamente legitimado para elegir a cualquier presidente, aunque no se llame Puigdemont; una investidura reglamentaria permitiría de inmediato un gobierno estable asentado en una mayoría cómoda. El resultado sería bueno para todos, menos para uno. La incógnita se corresponde a la fuerza de ERC para materializar los enunciados. La honestidad de Carles Mundó indica el camino a quienes no estén dispuestos a correr el riesgo de seguir construyendo castillos en el aire.