El pasado 21D el secesionismo ha comprobado una vez más que no tiene la mayoría del país y que, por lo tanto, carece de la legitimidad democrática para la puesta en marcha de un procés de ruptura. Pero el secesionismo no ha renunciado a la independencia y sabe que en la guerra de posiciones que se avecina Barcelona tendrá un papel capital. El secesionismo es consciente de que, sin el control de la ciudad de Barcelona y su región metropolitana, la vía de la secesión está condenada al fracaso.
Aunque los resultados del 21D no sean extrapolables a las próximas elecciones municipales, sí son una indicativo tendencial de que el efecto Colau se debilita, la pérdida de sus apoyos --una sangría de votos del 50%-- en relación a las municipales de 2015 y a las legislativas de 2016 y su relegación al quinto partido en la mayoría de los distritos de la ciudad son un dato muy a tener en cuenta. Las elecciones municipales de 2019 hacen atisbar un escenario muy abierto, en donde la actual alcaldesa puede tener muchas dificultades para ganarlas y aun más para poder seguir gobernando. Los últimos movimientos estratégicos indican que ERC y los comuns se necesitan pero al mismo tiempo son rivales directos, por lo que podrían llegar algún tipo de intercambio de cromos, una alianza nacional-populista con el falso señuelo de ser una propuesta de "izquierdas".
El independentismo es consciente de que, sin el control de la ciudad de Barcelona y su región metropolitana, la vía de la secesión está condenada al fracaso
Las elecciones municipales de 2019 no serán solo un enfrentamiento clásico entre modelos ideológicos izquierda-derecha, sino que también se dilucidará la asunción por parte de Barcelona de su capitalidad como ciudad global y, sobre todo la batalla que deberá librar el constitucionalismo para impedir la utilización de la ciudad como instrumento al servicio de la secesión, con las gravísimas consecuencias económicas, políticas y sociales que eso conllevaría. Hoy la confrontación ideológica pasa por una apuesta clara a favor de sociedades abiertas que generen confianza, atraigan inversiones, dinamicen la actividad económica creando riqueza y empleo de calidad. El combate contra la desigualdad se libra en este terreno. Cualquier apuesta de gobierno de progreso para la ciudad tendría que contar con la presencia del PSC y con la de una nueva realidad marcada no solo por la presencia ganadora de Ciudadanos en los barrios más populares de Barcelona, sino también por la necesidad de poner en marcha propuestas de renovación que tengan en cuenta lo que está sucediendo en el mundo de las ciudades globales.
El debate en el mundo de las ciudades se centra en su competitividad, es decir en su capacidad para generar oportunidades, captar empresas y talento y su idoneidad para la creación de riqueza e innovación, gracias a la capacidad de atracción del efecto aglomeración. Por ello Barcelona no puede ser un anacronismo en las metrópolis europeas. Barcelona debe reconvertirse, mantener una identidad, que sea una mezcla inteligente de diferentes actividades: turismo, conocimiento, start-ups, cultura abierta y cosmopolita alejada del rancio nacionalismo, tolerancia, mestizaje... Barcelona debe emitir señales que permitan recuperar la confianza de los inversores y de sus millones de visitantes.
La Barcelona del procés, secuestrada por el nacional-populismo, estaría imposibilitada para ejercer de ciudad global
Frente a una Cataluña interior en manos de un nacionalismo estrecho paradigma de las sociedades cerradas, Barcelona debería ser capaz de generar propuestas de sociedades abiertas que facilitaran su liderazgo como ciudad global. Un ecosistema con capacidad para atraer conocimiento, dotado de centros de investigación y universidades de prestigio internacional, actuando como nodo estratégico de conexión de redes digitales, capaz de generar una oferta cultural que atraiga a millones de visitantes extranjeros. Una ciudad con capacidad de influencia en el diálogo político global, la capitalidad de Barcelona como sede de la UpM (Unión por el Mediterráneo) hoy por hoy es irrelevante. La Barcelona del procés, secuestrada por el nacional-populismo, estaría imposibilitada para ejercer de ciudad global.