La revelación de que Messi ha incluido en la renovación de su contrato un acuerdo por el que, en caso de independencia de Cataluña, quedaría en libertad para dejar el Barça, sin abonar los 700 millones de su cláusula de rescisión, si el club no pudiera participar en la Liga española o en otra competición europea de primer nivel, es otro ejemplo más del daño que hace a Cataluña el nacionalismo secesionista.

Messi, y cualquier otro jugador de élite, no quiere jugar una liga como la catalana, necesariamente de segunda fila. Los independentistas se aferran a su fe de que el FC Barcelona jugaría en la liga que quisiera. Pero dicha creencia tiene la misma base que la de pensar que Cataluña, en caso de secesión unilateral, continuaría en la UE, o que el mundo se iba a volcar en el reconocimiento de una Cataluña independiente. Ponen al Mónaco como ejemplo de un equipo que no juega en la liga de su país, como si la historia, la situación política y la realidad demográfica y socioeconómica del principado tuvieran algo que ver con las de Cataluña. Los secesionistas deberían plantearse, si su fe se lo permite, por qué el jugador ha exigido esta cláusula al club, motivo del retraso en la firma de su renovación.

El Barça es lo que es, como cualquier club de élite, en un deporte tan profesionalizado como el fútbol, por su capacidad para atraer talento basada en su trayectoria deportiva y en su capacidad económica. Y eso ha sido así por jugar en una liga como la española, muy competitiva, y por su rivalidad con el Real Madrid. Son palabras de su actual presidente hace un par de años, cuando el tema de jugar en otra liga salió por primera vez a la palestra. Si los secesionistas tuvieran un mínimo de coherencia, defenderían una liga catalana y asumirían los costes de la independencia. Pero no, eso les haría perder votos.

Dicho de otra forma, el Barça es un referente mundial por liderar deportivamente España y, a partir de ahí, Europa y el mundo. Como otras grandes empresas catalanas que vemos que han trasladado su domicilio social para protegerse de una hipotética independencia.

 

El Barça es lo que es, por su capacidad para atraer talento basada en su trayectoria deportiva y en su capacidad económica. Y eso ha sido así por jugar en una liga como la española

 

Cataluña ha liderado económicamente España gracias, en buena parte, a políticas proteccionistas que han permitido el fortalecimiento de la industria catalana y, a partir del dominio del mercado español y de la pertenencia a la UE, su competitividad en un mundo globalizado. Tras la muerte de Franco podría haberlo hecho políticamente, si el nacionalismo no hubiera decidido renunciar a participar en el Gobierno de España para dedicarse a la "construcción nacional" en base a una mezcla de victimismo y supremacismo, rasgos comunes con otras exaltaciones nacionalistas. Ahora la deslealtad secesionista es un grave inconveniente para la profundización federal de España.

Conviene resaltar que el secesionismo ha construido un relato basado en la unilateralidad y, a la vez, en la independencia a la carta. Los nacionalistas creen que sus deseos son ordenes que el resto del mundo acatara sin rechistar. Como cualquier niño mal criado. ¿Qué se les va a negar a los mejores? Han elaborado un discurso falso basado en ignorar todo coste para los catalanes de una hipotética independencia. Y en exagerar sus beneficios. Un discurso vacío pero con tirón popular, especialmente en momentos de crisis. No hay nada más efectivo para entusiasmar al pueblo que crear un enemigo exterior e interior. La historia nos da muchos ejemplos. Ya dijo lo Jacinto Benavente: "Más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor".

A Cataluña y al FC Barcelona les ha ido bien liderando España y, a partir de ahí, ser un referente europeo y mundial. Ensimismarse y homogeneizarse es hacerse pequeño. Esto queda para los pobres de espíritu, para los que desconfían de su capacidad. Para los que defienden sus privilegios de casta a costa del bien común. La independencia no es que sea imposible, es que es indeseable para la mayoría de catalanes. Nos divide, nos empobrece y nos margina. A ver si crece nuestra autoestima, nos olvidamos de vivir eternamente agraviados y nos dedicamos a sacar provecho de nuestra pluralidad y capacidad de liderazgo.