Los inviernos mediterráneos pueden ser muy duros. No suelen ofrecer los valores curativos de la Fontana Vecchia, construida con los sillares de un antiguo acueducto romano, donde Lawrence levantó el culto solar de sus ficciones. Estamos en pleno fin de semana explosivo de compras, superados los Black Fridays de otros parámetros mentales, y sin embargo las calles no tintinean al paso de millones de transeúntes. Debajo de las luces de Portal del Àngel habita hoy la destemplanza, por más que los comerciantes anticipen rebajas antes del clásico día de después de reyes. Los datos de la explosión público-comercio son esta vez más confusos que nunca. Los gremios no son capaces de ofrecer un balance, y por mucho que las cuentas de resultados de sus socios estén tiesas, los datos mediáticos consolidados hablan de un buen mes de diciembre: muerta la federación del sector que iba a desembocar en Foment del Treball con las cuentas bajo el brazo, la estadística llama a la puerta de la Cámara de Comercio. Pero, ni por esas. Y en medio de la niebla espesa que bloquea tantas tiendas, el presidente de la asociación de marcas, Comertia, Joan Carles Calbet, habla de un aumento del 3,7% en diciembre.

¡Miente! Pero lo hace a una escala imposible de comprobar. Su Comertia, creada en 2002, agrupa a 64 empresas detallistas que suman más de 5.100 puntos de venta, facturan 5.200 millones de euros anuales y emplean a unas 43.000 personas de forma directa. La posverdad o mentira incomprobable se basa precisamente en el uso pueril de la estadística, cuando no ha pasado por el tamiz de los auditores externos. Una asociación intersectorial, donde se unen alimentación, moda, electricidad o electrónica de consumo es inmensurable.

calbet farruqo

En la Barcelona de Colau, las mañanas de sol y acera ya no presentan la hegemonía de marcas como Santa Eulalia, Miró o Furest. Ahora mandan las divisas de Champs Elysées y Duomo, los Yves Saint Laurent, Cerutti o Armani, entre un buen montón. En los bancos de trencadís gaudiniano del Paseo de Gracia nuestros visitantes se agolpan para recuperar el resuello. Han entrado en Valentino, pongamos por caso, y casi les da un síncope. Lo alcanzable ha dejado de ser mensurable en la última avalancha del fetiche de la mercancía. Comertia languidece por el lado de lo rancio que se llevaba en los años de Gonzalo Comella o Bell; ha desaparecido aquel comprador flaneur sumergido en los pasajes de la memoria en plena inflación galopante, cuando era mejor comprar que guardar el dinero. También se ha borrado el que iba a preu fet en busca de la pieza de temporada para lucir distinción y valor añadido en los puntos recónditos del mercado. El nuevo retail, el de Inditex, se ha cargado la cultura de la apariencia en la que parece querer vivir Comertia, la asociación de marcas unida por lazos ideológicos a Cecot y a otras organizaciones, como Pimec, que disponen economías de escala para reducir costes y hacer patria al mismo tiempo. Son las patronales del procés. Y en ellas reina la posverdad: "Seguimos ganando dinero, nuestros márgenes no solamente no han caído, sino que han subido". ¡Grave! ¡Gravísmo!

Los botiguers que mienten por la patria son la nueva menestralía nacionalista. Presumen de chic, como aquella gauche caviar de los setenta, pero duermen mientras sobre ellos se cierne un vendaval incontenible de tristeza. Disponen de recursos para soportar en los cuarteles de invierno de la economía catalana, a punto de caer en todos sus indicadores. Y éste es su pecado; ellos aguantarán el chaparrón republicano, pero la población asalariada se verá gravemente perjudicada por la recesión en ciernes. Es cuestión de indicadores, no de valores. Y lo digo bien alto para que lo oigan Xavier Sala Martín o Niño Becerra, doctores del Armagedón soberanista, protegidos tras las alambradas que rodean Finestrelles o Sarrià Sant Gervasi.

 

En las patronales del procés reina la posverdad: "Seguimos ganando dinero, nuestros márgenes no solamente no han caído, sino que han subido"

 

El día que Capote descubrió Fontana Vecchia, los peregrinos del Grand Tour regresaban a sus orígenes para recuperar la costumbre de comer tres veces al día y tomar té con pastelitos. Los pioneros habían aguantado las inclemencias de un mundo que ya no les pertenecía, y por fin estaban a cubierto. Puigdemont y Junqueras (por cierto, el exvicepresidente le dijo el viernes al juez que no ha tenido nada que ver con las agendas de Jové: ¡feo, feo y muy feo!, más allá del calzado deportivo y los kilos de menos) harán lo mismo después de la República non nata. Y vosotros, amables comerciantes con pedigrí de las grandes arterias urbanas, soportaréis impávidos el precio de la aventura, que tampoco afectará a los presidente corporativos, como Antoni Abad de Cecot, González de Pimec o Calvet de Comertia.

No habrá tiempo de reaccionar. En el segundo trimestre de pérdidas consecutivas no valdrá ni la cláusula rebus sic stantibus que le ha clavado Lionel Messi al Barça (garantía de libertad sin coste) por si llega la indepedencia. Será mejor aceptar el veredicto de la estadística. No camufléis más las pérdidas; no aceptéis los cambalaches asilvestrados del falso estigma republicano.

El indepe es un ave con dimensiones de alcatraz y espolones de aguilucho. Le tira el monte de picos escarpados y tiene la fruición etrusca de los que se hacen a la mar sin brújula. A sus bitácoras les llaman hojas de ruta, pero no saben nada de Circe ni del Helesponto, el temible estrecho que divide al Egeo del mar de Mármara.