“Mori Godoy i la seva puta”, se gritaba en Cataluña cuando el favorito de la reina y primer ministro de Carlos IV facilitó la entrada de las tropas napoleónicas en 1808. ¿Fue un grito españolista o catalanista? Pierre Vilar afirmó que la Guerra de la Independencia o Guerra del Francès (1808-1814) fue el periodo histórico durante el que se produjo una clara simbiosis entre Cataluña y España. Nadie podría acusar al admirado hispanista francés de complicidad alguna con la historiografía españolista más conservadora y, sin embargo, Vilar no tuvo ningún problema en asegurar que durante esos años el catalanismo pasaba por sus horas más bajas y que los catalanes se sentían profundamente identificados con España.
En 1808, también ha afirmado el catedrático Antonio Moliner, el patriotismo catalán no se diferenciaba del patriotismo español: “Hay un patriotismo estatal, un sentido de la comunidad nacional que representa España dentro de la comunidad de pueblos que la componen”. El relato patriótico y popular de la nación en armas frente al invasor extranjero alimentó la épica nacionalista española, en la que aún tiene un lugar destacado los Sitios de Girona.
Fueron tres los asedios que sufrió la ciudad catalana: 20 de junio y 20 de julio-6 de agosto de 1808, y el definitivo entre el 6 de mayo y el 10 de diciembre de 1809, fecha de la capitulación. El tercero fue uno de los más largos de las guerras napoleónicas y, ciertamente, ha marcado la memoria histórica de la ciudad. Contra el mito del heroísmo de los esforzados vecinos dirigidos por el general Álvarez de Castro no hay nada que hacer. Ni siquiera los recientes estudios, que inciden en la escasa preparación del numerosísimo ejército napoleónico asediante (38.000 soldados) y la excelente y profesional organización de los asediados (8.000 hombres), han podido enterrar la realidad de una resistencia disciplinada y numantina.
Tampoco se puede olvidar que en la construcción del mito del coraje femenino de las catalanas contribuyeron también los relatos de los sitiadores, como la noticia recogida en el diario de operaciones del general Saint-Cyr sobre el ataque a Girona del 19 de septiembre: “El más ligero soplo de aire hacía flotar y descubrir los lazos que distinguían a las mujeres [de la compañía] de Santa Bárbara, algunas de las cuales ganaron en esta jornada las recompensas y distinciones de los valientes”. Al final, las epidemias y el hambre fueron más determinantes que los continuos bombardeos franceses. El desabastecimiento llegó a tal extremo que se vendían los animales a precios imposibles, hasta por las ratas se llegaron a pagar varias piezas de cobre.
"Ensayo catalanista"
Cuando la ciudad capituló, las autoridades francesas nombraron al afrancesado Tomàs Puig i Puig como corregidor. Para conseguir la colaboración de los famélicos, enfermos y derrotados vecinos el corregidor puso en marcha el denominado “ensayo catalanista”, también conocido como el “soborno francés”. El idioma oficial en la prensa y en la administración pasaba a ser el catalán y se distribuyeron proclamas en las que se ensalzaba la personalidad histórica de Cataluña y las bondades que suponía separarse de España.
Una de sus propuestas más conocidas fue la defensa de traducir el Código Napoleónico al catalán, porque de esa manera lo comprenderían mejor los valencianos, araneses, mallorquines, hasta los del Languedoc y la Provenza. Para el historiador gerundense Lluís Mª de Puig esta reivindicación lingüística fue el germen, nada más y nada menos, que de los Països Catalans. Aún más, en un documento oficial elaborado también en la Girona de 1812, posiblemente por el corregidor Puig, se informaba que los catalanes “tienen un orgullo nacional que les lleva a creerse superiores a los otros españoles: su odio contra los castellanos es su mejor expresión”. No ha de sorprender que Lluís Mª de Puig, que también fue diputado y senador socialista entre 1979 y 2011, defendiese con algo más que vehemencia que en los textos del corregidor estaba ya formulada casi toda la teoría del “futuro catalanismo, un precedente lejano de Prat de la Riba”. Quizás el malogrado historiador y diputado estaba en lo cierto, eso sí, con el permiso de Napoleón.