Lluís Companys i Jover es uno de los mitos del imaginario nacionalista catalán más emocional. La hagiografía de Companys empieza poco tiempo después de su fusilamiento en 1940. Las primeras glosas laudatorias las vemos en la obra de Ossorio y Gallardo (1943), Lluhí i Vallescà (1944) y Bellmunt (1945) y la exaltación como héroe y mártir se llevó a cabo en los años 90 con los textos de Barrera, Lladó, Jardí, Solé i Sabaté y tantos otros. Hay que esperar a los primeros años del siglo XXI para ver los primeros cuestionamientos de esta visión hagiográfica con los libros de Enric Vila (2006) y Enric Ucelay (2012). El mito Companys está indefectiblemente unido a su fusilamiento, que le otorga su aureola de mártir. Hasta sus adversarios políticos como Cambó tuvieron claro que "el fusilamiento fue un inmenso error de Franco" porque convertiría a un personaje mediocre y cóncavo en el mártir.
Nadie puede negar el patetismo de su exilio desde el 24 de enero de 1939, siempre pendiente de la enfermedad de su hijo Lluiset, viviendo entre París y Les Baule-les-Pins, cerca de Nantes; el juicio sumarísimo con un juez instructor catalán (Ramón de Puigramon) un fiscal catalán (Enric de Querol), un defensor también catalán (Ramón de Colubí), unos testigos declarantes en contra (como Carles Trias, tío de Xavier, el exacalde, o el padre de Antoni Tàpies), la sentencia última y la dignidad de su muerte. Los detalles de su final (los pies descalzos y el grito "Visca Catalunya") forman parte de la retórica hagiográfica que ha acompañado otros fusilamientos. El paralelo es el otro relato oficial que se hace de la ejecución de José Antonio Primo de Rivera el 20 de noviembre de 1936.
Una trayectoria inconsistente
La vida de Companys es la vida de un activista con una trayectoria política poco rectilínea. Fue un mal estudiante de derecho (acabó sus estudios teóricos en 1903 pero no se licenció ni obtuvo el título de abogado hasta 1916), que vivió fundamentalmente en sus años jóvenes del periodismo y de la abogacía defendiendo especialmente a anarcosindicalistas. Su primer cargo político fue el de concejal del ayuntamiento de Barcelona en 1917. Después fue uno de los fundadores de Esquerra Republicana de Catalunya, concejal en las elecciones municipales de 1931, gobernador civil de Barcelona de abril a junio de 1931, diputado por Barcelona en 1931, presidente del Parlament catalán de diciembre de 1932 a junio de 1933, ministro de Marina en un gobierno Azaña entre junio y septiembre de 1933 y presidente de la Generalitat sustituyendo al fallecido Macià.
El 14 de abril de 1931, como concejal del ayuntamiento de Barcelona recién elegido, proclamó la República catalana desde el balcón municipal. Lo hizo a la una de la tarde, una hora y cuarto antes de que lo hiciera Macià. Fue su primera "balconada". La que le ha dado más fama fue la que proclamó desde la Generalitat proclamando el Estat català el 6 de octubre de 1934: "En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña y proclama el Estado catalán de la República federal española". Unos han querido ver en la balconada de 1934 el afán de halagar a los nacionalistas catalanes (de ahí vendría su famosa frase "ja està fet, ja veurem com acabarà, a veure si ara també diuen que no sóc catalanista"). Otros creen que lo que pretendía era desactivar la revolución social.
Lo cierto es que todos parecen estar de acuerdo en subrayar las vacilaciones de un hombre sin proyecto político propio y desbordado por todos los sectores de su entorno: los nacionalistas, los anarquistas y los comunistas. La aventura acabó en desventura: respuesta militar de Batet, estancia en prisión en el barco Uruguay, en Madrid y en el penal del Puerto de Santa María, con condena de treinta años que no cumplió porque fue amnistiado tras las elecciones del Frente Popular en febrero de 1936. El último Companys antes de su fusilamiento era la viva imagen de un fracasado, criticado muy duramente por sus correligionarios de ERC. Desde Joan Solé i Pla, o Joan Puig Ferreter a los propios promotores de las jornadas del 6 de octubre tan cercanos al fascismo como Josep Dencàs o los hermanos Badia. Estos, por cierto, asesinados sospechosamente en abril de 1936. Se le acusó de demagogo, oportunista, histriónico, obsesivo, ignorante, vengativo, con fobias violentas de envidia en ocasiones por razones de su vida sentimental (su relación con la segunda mujer, Carmen Ballester, es una historia de lo más morbosa) y sobre todo, traidor.
La sombra de la traición
Enric Ucelay, con otros historiadores, ha analizado el complot nacionalista de Joan Casanovas y Andreu Rebertés contra Companys de otoño de 1936.
La acusación de traición a sus presuntas lealtades y compromisos le persiguió en vida a Companys cercado por sus compañeros nacionalistas o anarcosindicalistas por no parecerse a Macià, por querer gustar a todos sin acabar de gustar a nadie. Tuvo que morir como murió para convertirse en mito histórico. Ciertamente el miedo al estigma de traición ha hecho estragos en la política catalana y me temo mucho que hoy sigue determinando conductas políticas.