Los resultados de las elecciones al Parlamento de Cataluña dibujan un panorama muy complicado. Cataluña ha entrado en un laberinto político al que no se ve la salida. Dos opciones políticas --Cs y JxCat-- de derechas y basadas en dos nacionalismos excluyentes tienen hegemonizado un país no ya dividido sino fraccionado.
La profecía de José María Aznar se ha cumplido: "Antes se dividirá Cataluña que el Estado". Y los responsables están muy claros si contemplamos los acontecimientos. Rajoy y el PP han sido los principales promotores del independentismo, desde el momento de su recurso al Estatut hasta ahora. La identificación en los últimos tiempos por parte de muchos catalanes del Estado con el PP y Rajoy ha multiplicado el número de independentistas. Y a la vez el independentismo unilateralista y excluyente que distingue entre "buenos y malos catalanes", "entre ellos y nosotros", ha sido el multiplicador de una opción claramente representante de un nacionalismo españolista que representa Cs. En definitiva, los nacionalismos se retroalimentan con una característica común: todos rechazan al PP, al cual en el inconsciente colectivo todo el mundo en Cataluña culpabiliza.
La división por orígenes de identidad es muy clara. Mundo rural frente mundo urbano, clases medias frente clases altas y trabajadoras. Los orígenes, que nunca habían sido fuente de conflicto, han surgido y se han impuesto con fuerza. Mucha gente se siente excluida y marginada por el procés e incluso interpelada.
Los nacionalismos de Cs y JxCat se retroalimentan con una característica común: todos rechazan al PP, al cual en el inconsciente colectivo todo el mundo en Cataluña culpabiliza
Es suficientemente conocido que los nacionalismos son el peor enemigo de la izquierda y del principio de solidaridad. El nacionalismo divide las clases trabajadoras y sus intereses en función de la identidad. Esta situación y la desorientación de las fuerzas de izquierda ante los fenómenos nacionalistas con discursos titubeantes y ambiguos han llevado a la actual situación marginal de los partidos de izquierda que habían tenido una presencia activa importante hasta hace poco tiempo.
¿Hay salida ante este laberinto? Es difícil y compleja porque ninguna de las dos fuerzas nacionalistas triunfantes y opuestas pueden proponerla sin aplicar política con mayúsculas. Estamos en una situación muy difícil. Los independentistas no pueden imponerse al Estado con menos del 50%. Pero su realidad no se puede obviar.
Desde un punto de vista racional aquello más lógico sería llegar a una conclusión: si nadie puede imponerse hace falta una fórmula que sin satisfacer a todos sea aceptable para una gran mayoría. Hay que encontrar una fórmula intermedia que fuera válida para una mayoría de la ciudadanía y que tanto unos como otros vieran como factible. Se trataría de encontrar un ensamblaje de Cataluña dentro de un nuevo marco del Estado.
Esta fórmula desactivaría sin duda a muchos independentistas coyunturales y a muchos catalanes votantes por aluvión a Cs.
Pero las dificultades están en que es difícil que esto sea aceptado no sólo en Cataluña sino en el Estado. Porque el origen último de todos los males está en el ámbito estatal. Y porque el problema no es sólo un problema de Cataluña sino del conjunto del Estado.
La salida a este laberinto pasaría por encontrar un ensamblaje de Cataluña dentro de un nuevo marco del Estado
Y aquí se inician todas las dificultades para esta hipótesis de solución. Hace falta un núcleo impulsor de esta tercera vía para Cataluña que sólo podría salir de una apuesta decidida y conjunta de las fuerzas de izquierda. Pero aquí hay un nuevo problema: ¿Están en disposición de hacerlo tanto el PSOE como Podemos y sus aliados? Porque la derecha nunca será capaz de proponer una solución a un problema que ella misma ha creado.
Sólo escuchando estos días las dos partes en conflicto en Cataluña nos podemos dar cuenta de la dificultad de la situación. Puigdemont habla como si Cataluña fuera suya ignorando la otra realidad existente, y Arrimadas habla de reconciliación pero sin tener en cuenta los independentistas.
La izquierda catalana y española tiene que encarar el problema porque la única posibilidad de solución está en sus manos. Y no hablo sólo de la izquierda política, sino también de la izquierda social y sindical, hace falta un bloque alternativo que deje de lamerse las heridas, y salga a la ofensiva con una propuesta de solidaridad, fraternidad y unidad para los catalanes y los españoles, a partir del respecto al carácter diverso y plurinacional del conjunto y del respeto a la diferencia. Reivindicando no sólo un cambio territorial sino también un cambio de las políticas económicas y sociales que nos han llevado a la actual fractura interna de las sociedades catalana y española.
Hay problemas que parecen muy difíciles de resolver, casi imposibles. Pero esto no es cierto, hemos visto históricamente situaciones más crispadas que han encontrado solución entre enemigos irreconciliables. Pensemos en el caso del Ulster.