El nuevo año viene usado. Hasta es posible que se repitan las elecciones. Volveremos a recorrer el bucle interminable. Política e intelectualmente, 2018 será como los años precedentes: tiempo que se consumirá rumiando en los dimes y diretes del prusés. No quiero sentar plaza de Jeremías, no vengo a estos párrafos a lamentar el tiempo y energía que podíamos haber invertido en el conocimiento, la comprensión y, tal vez, hasta la solución de los problemas reales, unos viejos y otros nuevos, enormes, a los que nos enfrentamos, problemas comparados con los cuales el prusés es un movimiento de tópico avestruz, avestruz de cuento al que ante el peligro sólo se le ocurre ocultar la cabeza en un agujero.
Con la imaginación me proyecto hasta el año 2035, e instalado en ese futuro confortable echo una mirada retrospectiva y siento incredulidad hacia lo que pasa en estos años. ¿De verdad --se pregunta mi yo de 1935--, a principios del siglo XXI, en los primeros compases de una revolución tecnológica que vino a transformar la imagen y la naturaleza del ser humano, revolución incomparable con nada que se haya producido antes... de verdad dos millones de ciudadanos adultos, en el noreste de la península Ibérica, creían que la independencia de su región y la fundación de un nuevo Estado nacional era una buena causa, una causa que mereciera la pena, incluso una causa bella?
¿Una "primavera de las naciones" decimonónica en pleno siglo XXI? ¡Qué raro nos sonará todo esto muy pronto! ¡Qué friki!
¿Una "primavera de las naciones" decimonónica en pleno siglo XXI? ¡Qué raro nos sonará todo esto muy pronto! ¡Qué friki!
De hecho ya en este final de 2017 se me hace tan raro que para asumirlo y entenderlo me veo obligado a recurrir, como hacen otros, a explicaciones economicistas (la crisis), sociopolíticas (el nuevo populismo injertado en el viejo tronco del nacionalismo tradicional) y... psicopatológicas.
Creo que fue Ramón de España el primero en apuntar (con El manicomio catalán) a algo que ya otros diagnostican (y si no son más es sólo porque cuando le dices al interlocutor que no está bien de la cabeza ya no hay diálogo posible): a que padecemos un problema de salud mental colectiva. Yo he bautizado nuestro mal como narcisismo kitsch; otros subrayan el elemento de fanatismo irracional, irreductible a los argumentos; otros, una fantasía delirante inmune a las realidades más obvias, conspicuas y tozudas.
Esta psicopatología se declaró con el alzheimer de Maragall y ha acabado --por ahora-- con los brotes psicóticos de Junqueras en Estremera. Dicho sea con todo el respeto debido a los pacientes de estas enfermedades. Creo que sólo si eres Jesucristo resucitado o si padeces un brote psicótico puedes de verdad ir recomendando, a un "vosotros" no se sabe si regional o universal, "amaos los unos a los otros", puedes definir como "amor" una práctica política a la que bautizas con tu propio apellido ("el junquerismo es amor") y enviar cartas a la prensa donde dices que "no podrán encarcelar nuestro amor... ¡os amo tanto!". En fin. El hombre no está bien, y la cautividad sólo va a acentuar esta deriva psicótica... que muchos consideran razonable y votan como solución de futuro. Paciencia y barajar.