Los sondeos se han cuidado de enterrar en estas últimas semanas la esperanza del blanco o el negro con una persistencia y una coincidencia admirables. Aunque no deberíamos confiarnos; podría ser la antesala de la sorpresa. No sería extraño. Hay suficientes precedentes para los soñadores de victorias decisivas de cada uno de los bandos irreconciliables para seguir soñando hasta hoy a las nueve de la noche. Probablemente, a cada uno desde su perspectiva, les importará poco que un gobierno mayoritario de uno de los bloques nos acercase peligrosamente al precipicio de la venganza. La venganza siempre es cosa de los otros, lo nuestro es justicia y en todo caso, siempre nos queda la apelación a la democracia.
Los marxistas dirían que no se dan las circunstancias objetivas para asaltar el futuro. Y parecería razonable aceptar que no se ha asumido por ninguno de los frentes, ni por la sociedad en general, un relato objetivo y compartido de las causas del conflicto, los riesgos de todo tipo vividos durante el procés, las responsabilidades adquiridas en su desarrollo o en su combate, y los límites razonables de las soluciones existentes. Y así, sin un análisis científico de la realidad, no se puede construir nada sólido.
El futuro puede esperar. Aun a riesgo de jugar con la salud político-mental del país, peligrosamente expuesta al virus de la burbuja autocomplaciente, se intuye como un ejercicio de prudencia la apuesta por ganar algo más de tiempo con una salida provisional, un gobierno que ofrezca la pausa y la serenidad exigibles para permitir la reflexión colectiva pendiente.
Nuestro problema, el que arrastramos desde hace siglos y el recreado a partir de la intromisión del TC, necesita años tan solo para definir la realidad y consensuar un catálogo de remedios soportables
La campaña electoral no sirve para reflexionar, lo impiden la improvisación, el ruido de las descalificaciones y las ocurrencias. Esta campaña ha consistido en un insoportable toque de trompeta para el alistamiento en las fuerzas que creen estar ante el asalto definitivo de las posiciones de los adversarios. En su día D, la D de desastre. Repetir las elecciones dentro de un par de meses no permite pensar en que vaya a ser diferente ni mejor. Nuestro problema, el que arrastramos desde hace siglos y el recreado a partir de la intromisión del TC, necesita años tan solo para definir la realidad y consensuar un catálogo de remedios soportables. Luego ya decidiremos con toda la emotividad requerida.
La precipitación de tantos días históricos, celebrados o sufridos, no parece haber servido para nada, desgraciadamente. Hay millones de catalanes ansiosos por festejar una nueva y falsa jornada histórica que humille a la otra mitad del electorado, aunque sea por un diputado o un voto de ventaja. Al fin y al cabo una victoria pírrica es una victoria.
Aunque el reinado de Pirro pueda tener consecuencias letales para el país. La independencia siempre figurará entre los remedios teóricos en la disputa territorial con España; la idea, sin embargo, ha demostrado tener por ahora perversos efectos internos para el país, despertando un enfrentamiento político y social nunca visto en décadas. Tan incontestable son los riesgos que aconsejarían hibernar la propuesta a la espera de circunstancias más favorables. Igual de desaconsejable y perniciosa se presenta la receta del constitucionalismo rígido e intransigente, agrava los males de unos y petrifica a otros. La seguridad que ofrece a sus partidarios es artificial y engañosa; el suministro prolongado de verdades eternas puede ser mortal.