A seis días del final de la campaña, se sigue afirmando con frecuencia que la clave del resultado el 21D está en la abstención o, mejor dicho, en el incremento de la participación, que podría situarse por encima del 80%. Una cifra nunca vista en unas elecciones autonómicas y que igualaría o superaría el récord que se produjo en las generales de 1982 en Cataluña. Estamos hablando de que pueden incorporarse más de 200.000 votos, cuyos beneficiarios principales serían las fuerzas no independentistas, sobre todo Cs y PSC. En cambio, el voto nuevo, el joven, recalaría más en ERC. A los socialistas habría que añadirles por lógica buena parte de las 100.000 papeletas que obtuvo Unió Democràtica en solitario en 2015, cuyos herederos ahora han encontrado acomodo en la lista que encabeza Miquel Iceta. Y, sin embargo, todo eso no parece suficiente para producir un cambio sustantivo del mapa electoral que haga posible una alternativa de gobierno.
Hace dos años, la diferencia a favor del independentismo fue de 8,7 puntos (JxSí y la CUP alcanzaron el 47,8% frente al 39,1% de Cs, PSC y PP). Con la media de todos los sondeos publicados hasta ahora, estaríamos ante un escenario muy equilibrado entre los dos bloques, con una horquilla que se movería entre un máximo del 47% para los independentistas y un mínimo del 44% para los constitucionalistas. Se especula con la posibilidad de un empate técnico sobre el 45%. Por su parte, los comuns bajarían un par de puntos y obtendrían alrededor del 7%. Ahora bien, todo esto traducido en escaños seguiría dando una clara ventaja a los independentistas, gracias a la sobrerrepresentación electoral de Lleida y Girona, aunque probablemente sin mayoría absoluta en el Parlament.
El incremento de participación está muy bien, cuanta más haya mucho mejor, pero es insuficiente para producir el vuelco electoral que Cataluña necesita
Así pues, el incremento de participación está muy bien, cuanta más haya mucho mejor, pero es insuficiente para producir el vuelco electoral que Cataluña necesita. De otro modo, podemos entrar en una fase prolongada de empantamiento que mantenga la incertidumbre política y prosiga con la erosión económica. Solo serviría para sentenciar la ruptura por la mitad de la sociedad catalana, cada vez más separada una parte de la otra, detestándose mutuamente. La esperanza debemos ponerla en que se produzca un trasvase significativo de votos del bloque independentista hacia el otro. Por ahora las encuestas solo registran intercambios sustanciales entre partidos que compiten por el mismo espacio electoral El PP, por ejemplo, sufriría un deterioro importante en beneficio de Cs. Los exvotantes de CSQP irían ahora en un porcentaje importante hacia al PSC. Y la CUP perdería buena parte de su apoyo a favor de ERC. Pero el trasvase entre los dos bloques es muy pequeño, casi inexistente. El único flujo sustancial detectado es una pérdida del 3-4% entre aquellos que en 2015 votaron a JxSí y ahora lo harían por el PSC (alrededor de 50.000 votos). No es una cantidad despreciable en un mapa tan equilibrado, pero se queda corta para dar por buena la estrategia de Iceta, que busca seducir a una parte mayor del electorado moderado de la antigua CDC para que siga los pasos de Unió.
En este tramo final de campaña, el objetivo de aquellas fuerzas que ya tienen sus apoyos consolidados, que disfrutan de elevado nivel de fidelización y expectativas de crecimiento, es dirigirse al votante que está en el otro campo. Tanto Cs como PSC, en lugar de pelearse y arañarse apoyos mutuamente, deberían sobre todo lanzar guiños hacia aquellos catalanes que desde 2012 se han dejado seducir por las promesas independentistas, pero que reconocen en privado que el procés ha sido un desastre y que ellos han sido los primeros engañados. Deberían explotar a fondo las inconcreciones de los programas de ERC y Junts per Catalunya, las contradictorias declaraciones de sus portavoces, así como lo inverosímil que resulta que Carles Puigdemont pueda ser reelegido president desde Bruselas u Oriol Junqueras desde la cárcel. Los partidos separatistas sigue sin clarificar su hoja de ruta ni disponen tampoco de candidatos presidenciables. No nos podemos resignar a que saquen en votos absolutos poco menos que los mismos resultados que en 2015. Para que el 21D sea fructífero y nos permita pasar página, los constitucionalistas necesitan arrastrar el voto de la abstención y algo más.