Reunidos en las profundidades abismales de la sede electoral de "la lista del presidente, manque pierda", parecíamos asistir a una sesión de espiritismo en la que deberíamos darnos las manos y empezarían a moverse los vasos. La señora Elsa Artadi, directora de campaña, nos ha dado la bienvenida con aire de presentadora nórdica del festival de Eurovisión que, en lugar de repetir aquello de three points, trois points, le da a la matraca del "Estado autoritario y represor".
Ha tomado la palabra Jordi Puigneró, el chamán de la tribu digital catalana, quien nos ha explicado eso de que Cataluña será el primer "e-stat del món". Una gracia que a mí nunca se me hubiera ocurrido. Entre otras perlas, ha sentenciado que si no seguimos la revolución digital "nos quedaremos obsoletos nosotros mismos". Supongo que pasaremos a formar parte del montón de los desperdicios. Cambiaremos de trabajo y, en lugar de que nos explote un patrón, nos autoexplotaremos conectados a la red sin salir de casa. Seremos ciudadanos digitales, aportaremos datos voluntariamente y, en vez de vigilarnos la administración, nos vigilaremos nosotros solitos.
Contradicciones digitales
No creo que este jovencito haya leído en su vida a Orwell ni sepa qué es el Gran Hermano, ese ojo que todo lo ve, ni tenga idea del panóptico digital --la cárcel digital-- del que trató Foucault. Eso sí, "Cataluña será digital o no será", y los catalanes tenemos datos, información, es decir, el petróleo del siglo XXI. Ni una palabra de cómo se obtuvo el censo del 1 de octubre. Pero, tranquilos, porque hasta el año 2023 no estarán conectados por fibra óptica la mayoría de los municipios catalanes. Es como el conocimiento del inglés: la vida futura.
Ha aparecido Puigdemont en la pantalla como en su día aparecieron Balduino y Fabiola contrayendo matrimonio desde la misma Bruselas. Fue la primera conexión de TVE con Eurovisión. Fue en blanco y negro; ahora es en colorín, colorado.