Un día, el unionismo recuperará su sentido y entonces podrá ser decisivo. No es una predicción para mañana. Antes, deberá resurgir, sacarse de encima las toneladas de confusión lanzadas sobre la idea de la pluralidad por los independentistas y los inmovilistas. No es fácil combatir la tendencia a la polarización y al frentismo dominante en los últimos años y tan rentable electoralmente. Lo primero es fijar el concepto, después asumir la denominación, luego diferenciarla de la competencia desleal y finalmente establecer una propuesta política. Todo está por hacer.
Josep Maria Vallès ha descrito un panorama político catalán formado por tres grandes bloques de fuerza similar. Es un escenario sociológico que no se corresponde exactamente con el resultado electoral: inmovilistas constitucionales cómodos con la idea de la España única e indivisible (30% aprox.), los secesionistas (40% aprox.) y los que quieren cambiar el statu quo entre Cataluña y el Estado español, sin romper dichas relaciones (30% aprox.), los auténticos unionistas.
Ni a los representantes políticos de los primeros ni a los de los segundos les interesa lo más mínimo la existencia de los terceros; pero han sobrevivido, aunque de forma vergonzante a la presión y al populismo de los extremos. Son los que creen en la unión y la libertad de los pueblos de España, una fórmula muy genérica para seguir juntos que nadie ha sabido formular hasta el momento con un mínimo de atractivo y credibilidad.
Hasta ahora el unionismo ha sido canibalizado conceptualmente por el unitarismo, desprestigiado sistemáticamente por el secesionismo y negado por los propios unionistas, temerosos de ser asimilados a los defensores del esencialismo españolista
Ninguno de estos tres bloques es uniforme internamente. El unitarismo tiene dos caras muy parecidas, la del PP y la de Ciudadanos, tolerantes con el Estado de las Autonomías como mal menor. El independentismo al menos tiene tres o cuatro: la CUP, partidaria del unilateralismo; ERC, en proceso de reflexión para abandonar la vía unilateral; el PDeCAT, que ya la ha enterrado, y Puigdemont y su lista que depende del estado de ánimo del candidato. El unionismo presenta, al menos, tres variantes, agrupadas en dos candidaturas, el confederalismo de los Comuns/Podemos y el federalismo del PSC que convive con los federalizantes, unos tipos muy voluntariosos que creen ver en el Estado de las Autonomías el germen de una singular descentralización federal.
Hasta ahora el unionismo ha sido canibalizado conceptualmente por el unitarismo, desprestigiado sistemáticamente por el secesionismo y negado por los propios unionistas, temerosos de ser asimilados a los defensores del esencialismo españolista. Así va seguir en la campaña electoral. En realidad se reconocen entre ellos sin admitirlo públicamente; solo se combaten para alcanzar el dominio de este espacio sociológico, huérfano de liderazgo y de alto valor estratégico de futuro.
PSC y CeC comparten la intuición de que en esta posición está el punto de encuentro, los votos y los diputados que pueden dar consistencia a un gobierno plural abierto al diálogo para salir de la crisis creada por estos años de fabulaciones increíbles y negaciones absurdas. Y la convicción de que este valor de estabilidad es el primer paso, imprescindible, para crear las condiciones de desarrollo de una propuesta conforme al realismo unionista.