El próximo 21 de diciembre nos enfrentamos a unas peculiares elecciones en Cataluña, y las tildo así porque, además de determinantes, son harto surrealistas. Son determinantes porque todos los catalanes --y estoy seguro de que también el resto de españoles-- anhelamos el restablecimiento de una concordia a nivel nacional por el bien de todos; y ansiamos también un ilusionante horizonte para Cataluña (y en consecuencia para España) que sea constructivo y atractivo, abandonando así la errática dinámica destructiva y disuasoria de inversores y empresarios que venimos sufriendo estos últimos meses. Y, por otro lado, son unos comicios surrealistas porque se presenta un candidato a president de la Generalitat que antes ha sido cesado legal y fundadamente pero que sigue creyendo que lo es, cuando actualmente no es más que un prófugo de la justicia con una importancia mediática desmedida y mal empleada.
Dicho candidato es tan incongruente que, tras declarar una república, lo primero que hace es pedir asilo en una monarquía, lo cual no deja de ser paradójico. Después están los constantes cambios de nombre con los que tiene que lidiar el personaje, un problema que arrastra desde que a la fuerza tuvieron que enterrarse las putrefactas siglas CDC a raíz de los innumerables casos de corrupción (la "herencia" andorrana de Pujol, el caso Banca Catalana, el caso Prenafeta, el caso Palau de la Música y el irrefutable 3% que denunció Pasqual Maragall en el mismísimo Parlament, entre otros). Así, tras el efímero y fracasado uso de los nombres PDeCAT y Junts pel Sí, que han pasado a la historia por partir peras con ERC y por distanciarse de la CUP --¡ya era hora!--, ahora el nuevo y futuro desastre se bautiza como Junts per Catalunya. Y oso tildarlo de desastre porque se observa a todas luces que no hay coordinación entre Carles Puigdemont, Artur Mas y Marta Pascal, autoproclamándose candidato el primero sin comentarlo con los otros dos altos cargos y negándose a volver a España como éstos le pidieron.
Puigdemont es tan incongruente que, tras declarar una república, lo primero que hace es pedir asilo en una monarquía, lo cual no deja de ser paradójico
Pero no se puede ser en la vida como un veleta y cambiar constantemente según sople el viento pues ello marea demasiado al electorado. Recordemos que la otrora CiU es un partido que ha sido capaz de pactar tanto con el PP como con el PSOE, como con ERC y hasta con la CUP, por lo que la falta de personalidad de un partido capaz de hacer eso es incuestionable. Pues bien, ahora no sólo se abandona ese castillito en el aire llamado DUI para pasar a la versión “bilateral” sino que la última ocurrencia es abrir un frente para saber si a Cataluña le interesa seguir o salir de la UE, por considerarla el señor Puigdemont como “decadente”. Y digo yo, ¿no era un poco más arriba, en Holanda, donde están los famosos coffee shops o es que se ha perdido el señor Puigdemont por la parte flamenca de Bélgica y allí se permite lo mismo? ¿Pero cómo se pueden abrir tantos cismas y decir tantas tonterías por quien además es un prófugo de la justicia? ¿Es que no se da cuenta del enorme daño que ha hecho ya a Cataluña con casi 3.000 empresas que han cambiado su sede y caídas de ventas de bienes y servicios en todo el territorio catalán como para encima enemistarnos con los restantes Estados miembros y que nos vean a los catalanes como unos ultras que apoyan a gente como Marine Le Pen en Francia, Nigel Farage en Reino Unido o Geert Wilders en Holanda?
Estas elecciones son peculiares y espero que el otrora existente y brillante seny català se imponga porque, con el debido respeto, considero que hay que tener mucha cintura, muy poca personalidad y mucha capacidad de hipnosis para seguir apostando por nuestro expresident de la Generalitat pues, reitero, con el mayor de mis respetos, su trayectoria y actitud pienso que le hacen indigno de ostentar nuevamente dicha responsabilidad.