Si no fuera por el amplio eco mediático que tanto en Cataluña como en el resto de España tienen ahora mismo las declaraciones de los dirigentes separatistas y porque cabe la posibilidad de que el próximo Govern sea nuevamente independentista, lo más sensato sería no hacerles ningún caso. Olvidarlos durante una larga temporada. No tanto por rechazo a sus egoístas ideas sino porque hace tiempo que argumentalmente no se respetan ni a ellos mismos. Son la expresión de la pura incoherencia. Por la mañana pueden decir una cosa y por la noche la contraria.
Para muestra, Marta Rovira, secretaria general de ERC, número dos por Barcelona y candidata a presidir la Generalitat si Oriol Junqueras no pudiera acceder al cargo. El lunes, en Catalunya Ràdio, afirmó que, si su partido ganaba las elecciones del 21D, “no pedirá permiso para implementar la república”, y que esta será efectiva en función del “mandato democrático” de las urnas. Se trata de una apuesta a favor de la unilateralidad cuando hace unos días parecía una vía abandonada. Rovira hace su pirueta a partir de ese extraño constructo intelectual que diferencia entre “ser república” (estadio que supuestamente ya hemos alcanzado después del 27 de octubre con la DUI) y “estar en república” (todo aquello que falta por hacer para ser realmente independientes). Se trata de una obtusa disquisición con la que el separatismo empieza a dar forma a algo que puede calificarse de teología de la secesión. Bromas aparte, Rovira fue entrevistada horas más tarde por la Cadena Ser y allí dijo, como si nada, que “la vía unilateral no existe”. En su habitual tono lastimero y penosa falta de fluidez para expresarse en castellano, no quiso aclarar nada sobre la nueva hoja de ruta. Unilateralidad, bilateralidad, multilateralidad... son conceptos vagos y reversibles que en boca de los dirigentes separatistas hoy pueden significar una cosa y mañana la contraria.
Unilateralidad, bilateralidad, multilateralidad... son conceptos vagos y reversibles que en boca de los dirigentes separatistas hoy pueden significar una cosa y mañana la contraria
Lo mismo se puede decir de Carles Puigdemont que el fin de semana de descolgó con una dura declaración contra la Unión Europea, calificándola de “club de estados decadentes y obsoletos”. Con esas palabras hizo las delicias de los eurófobos y mostró a las claras que los separatistas se comportan como auténticos adolescentes malcriados. Si no se les da la razón y se les atiende como esperan, se marchan dando portazos (“Europa es una mierda”, ha sentenciado Pilar Rahola en TV3). Al día siguiente, tras darse cuenta de que acababa de hundir un poco más en la miseria al PDeCAT, Puigdemont intentó rectificar vía Twitter recordando que “el catalanismo es indudablemente europeísta, lo ha sido siempre y continuará siéndolo”. Eso es cierto, pero esconde lo esencial: el auge independentista supuso la liquidación de lo que quedaba del catalanismo político. Digámoslo claro: los separatistas no son catalanistas porque hacen una enmienda a la totalidad de la Transición democrática y reniegan de su vocación española. En cualquier caso, tras la caída del procés, el proyecto secesionista ya no puede venderse como una vía fácil, rápida e indolora, sino como tortuosa, indeterminada en el tiempo y llena de sacrificios (incluido el de dejar de pertenecer a la Unión Europea). Y este es un cambio sustancial de percepción en la opinión pública catalana que tendrá consecuencias el 21D, por mucho que los políticos independentistas se esfuercen en afirmar una cosa y la contraria.