Han pasado tantas cosas y tan graves desde principios de septiembre hasta anteayer mismo, con el adiós definitivo de Barcelona a la EMA, que me parece erróneo afirmar que todo eso no vaya a tener efectos significativos en el mapa político el 21D. Sinceramente, no comparto la sensación de desaliento, pesimismo, tras la publicación de algunas encuestas en el sentido de que las elecciones no servirán para cambiar gran cosa. No afirmo que sea fácil lograr una mayoría constitucionalista en el Parlament, pero sí me parece razonable esperar variaciones sustanciales.
Es cierto que el sistema electoral no ayuda, y no por la ley D'Hondt, sino por el reparto injusto de escaños entre las cuatro provincias, que sigue invariable desde 1979. También es verdad que, si escuchamos cualquier tertulia en TV3, Catalunya Ràdio o RAC1, es desolador comprobar cómo la mayoría de los participantes, casi todos independentistas, claro está, son incapaces de reconocer el daño que ha hecho el procés a la economía y la sociedad catalana. Lo mismo se puede decir de los programas informativos en esos medios. Para el relato separatista, el principio y el fin de todo es la violencia policial del 1-O, la aplicación del artículo 155 y el encarcelamiento de los Jordis y los exmiembros del Govern. La autocrítica fue fugaz y se corto en seco con las polémicas declaraciones de Marta Rovira sobre "los muertos en las calles".
El independentismo parece impermeable a la realidad y muchísimos de sus votantes se comportan como verdaderos creyentes
El independentismo parece impermeable a la realidad y muchísimos de sus votantes se comportan como verdaderos creyentes. El problema que sufrimos no es solo por culpa de unos dirigentes mentirosos, también porque una parte considerable de la sociedad catalana se ha instalado en el autoengaño. Y luchar contra fenómenos psicopatológicos es mucho más difícil. Ahora bien, hay datos que apuntan a que el 21D la cosas pueden cambiar. Empieza a haber un reconocimiento mayoritario de que el procés ha sido perjudicial tanto para la economía como para la convivencia. Lo apuntaba hace dos semanas una encuesta de La Vanguardia y ayer mismo El Periódico brindaba un dato interesante: el 33% de los encuestados con sentimiento independentista acepta que hay más perjuicios que beneficios tras cinco años de procés.
Poco a poco este convencimiento irá extendiéndose porque la realidad es tozuda. Hay que recordar que dos de cada tres votantes de JxSí no veían factible la independencia, aunque la desearan, pero creían que incrementado el pulso político obligarían al Estado a sentarse a negociar algo sustancial. Es evidente que no ha sido así y el fracaso es triple: ni secesión, ni referéndum, ni nada de nada. Hoy tanto ERC como la lista de Carles Puigdemont, Junts per Catalunya, aunque no apuesten por otra unilateralidad, mantienen un discurso colérico. La propuesta de convertir en presidenta de la Generalitat a Rovira no parece muy tentadora, más bien es un síntoma de desconcierto de los republicanos, sobre todo por parte de un desanimado Oriol Junqueras. Y votar por Puigdemont, cuyo destino final muy probablemente sea la cárcel, puede tener un atractivo romántico por aquello del exilio, pero es apostar por un escenario de confrontación con el Estado y el Gobierno español que enquista la incertidumbre política y económica.
Podría producirse un efecto tijera: deserción independentista, a la par que un incremento de la participación unionista
Así pues, es razonable pensar que el 21D un porcentaje significativo de los antiguos votantes convergentes moderados o se quedará en casa o se refugiará en la alianza táctica que ha hecho el PSC con los antiguos socios de UDC. La duda es cuántos serán y si optarán más por abstenerse o por agarrarse al discurso de la reconciliación de Miquel Iceta. Por aquí el independentismo tiene una vía de agua.
En paralelo, habrá una movilización electoral no independentista más alta que en 2015. La citada encuesta de El Periódico se refería a una intención de acudir a las urnas superior al 83% en este grupo. Una cifra nunca vista. Mientras los independentistas ya alcanzaron su máximo en las últimas autonómicas (“plebiscitarias”), los contrarios a la secesión tienen un margen de crecimiento todavía importante. Cada punto de participación adicional son algo más de 40.000 votos. De esta forma podría producirse un efecto tijera: deserción independentista, la duda es si leve o relevante (que iría a la abstención o de la que se beneficiaría el PSC), a la par que un incremento de la participación unionista, que redundaría principalmente a favor de Cs, como ya pasó la otra vez. Por eso, tan insensato sería lanzarse a tocar las campanas de jubilo, como renunciar a depositar en ese día grandes esperanzas.