La autocrítica que los principales responsables del procés entonan desde hace unos días es otro engaño que solo puede enredar a quienes se dejen engañar. ¿Cómo se puede creer en la sinceridad de quienes hasta el minuto antes de la proclamación de la declaración unilateral de independencia (DUI) insultaban y descalificaban a todos los que dijeran lo que ahora ellos dicen?
La primera sospecha sobre la falsedad de la autocrítica reside en que se produce a coro, todos a una, como cumpliendo la consigna de alguno de esos cerebros ocultos del procés. De pronto, Artur Mas, Joan Tardà, Toni Comín, Clara Ponsatí, Marta Pascal, Marta Rovira e incluso Carles Puigdemont empezaron a reconocer que no había mayoría social ni estructuras de Estado, que Cataluña no estaba preparada para la independencia (hace muchos meses que nos bombardearon con una campaña cuyo eslogan era Preparats! y la ANC convocó una de las Diadas con la consigna A punt!) y que se necesitaba más tiempo (Mas y Comín lo han admitido) para alcanzar el éxtasis.
La segunda sospecha obedece a que todas las frases que quieren ser autocríticas tienen un estrambote: si al final, dicen, no llegó la independencia fue porque nos dimos cuenta de que el Estado preparaba una respuesta de extrema violencia. Se refieren a ese mismo Estado al que subestimaron, al que perdonaron la vida despreciando su modernidad y su calidad democrática y al que acusaron de enterrar la separación de poderes, esa que la ley de transitoriedad jurídica sí que sepulta no en la práctica, sino en la misma ley. Este argumento de culpar al Estado de una violencia futura e hipotética --es el victimismo de siempre, pero ahora por anticipado-- alcanzó el viernes las cimas del delirio con unas declaraciones de Marta Rovira a RAC 1 en las que aseguraba que diversas fuentes fiables les habían alertado de que las fuerzas de seguridad iban a utilizar fuego real contra la población y que iba a haber muertos. "Se nos informaba de que estaban entrando armas en Cataluña y de que el Ejército estaba viniendo", añadió. Los oyentes debieron quedar pasmados, lo mismo que el Gobierno, que calificó las afirmaciones de la secretaria general de ERC de “burda patraña”.
La verdad descarnada y sectaria, que expresa la superioridad moral y el supremacismo que anida en Rufián y en los que son como él, es que la autocrítica es una falacia que solo debe servir para seguir insultando a los de enfrente y para ganar las elecciones
Unos días antes, el cabeza de lista de ERC al Congreso ya marcaba el camino. Gabriel Rufián lanzó un tuit que decía: “Es cierto. Nos creíamos que tratábamos con gente civilizada. Ahora ya sabemos que no. Hasta aquí nuestra autocrítica. Ahora a ganarles”. Rufián es como los niños maleducados e impertinentes --y lo es mucho-- que molestan a la gente, pero que dicen la verdad. Y la verdad --la verdad descarnada y sectaria, que expresa la superioridad moral y el supremacismo que anida en Rufián y en los que son como él-- es que la autocrítica es una falacia que solo debe servir para seguir insultando a los de enfrente y para ganar las elecciones.
Porque toda la presunta autocrítica es, en efecto, una estrategia electoral de un movimiento político que sigue sin admitir culpa ni responsabilidad alguna en el mayor destrozo que ha sufrido Cataluña desde la recuperación de la democracia. Los mismos que no admiten ningún error propio que no sea por culpa de los otros son los que volverán a presentarse a las elecciones del 21D y seguirán intentando lo que ya ha fracasado si consiguen la mayoría. Quizá ya no insistan en la vía unilateral (Anna Simó, de ERC, ha confesado que es imposible en la próxima legislatura), quizá ya no esté de moda el “tenim pressa”, pero el objetivo seguirá en el punto de mira y, sobre todo, continuará ensanchándose la fractura social que aún no reconocen, se mantendrá la inestabilidad que ha provocado la incesante y aún no finalizada huida de empresas, el hundimiento del turismo, la subida del paro, el descenso del índice de crecimiento económico y el frenazo a la venta de viviendas en Cataluña.
Uno de los máximos responsables del desaguisado, Artur Mas, junto al reconocimiento de la inexistencia de mayoría social y de la falta de preparación para una independencia efectiva, repite que renunciar al procés sería un desastre, sin admitir que el verdadero desastre es el procés. Una prueba más de que la autocrítica solo es instrumental.
Y mientras todo esto distrae al personal, en espera de que el 21D se despeje la verdadera incógnita de cuántos independentistas de buena fe se han arrepentido de confiar en los dirigentes que los han engañado, el Gobierno del PP aprovecha para volver a enfriar la reforma constitucional el día de la formación en el Congreso de la comisión sobre la modernización del Estado autonómico. Esperemos, como dice el PSOE, que el desmarque sea solo por razones electorales, para contentar a la franja más dura de su electorado, y no un regreso al inmovilismo más frustrante después de que Rajoy se comprometiera con Pedro Sánchez a abordar la reforma de la Constitución en las negociaciones para aplicar el artículo 155. La persistencia del inmovilismo sería un desastre sobre otro desastre.