Mientras se mantenga la dialéctica España-Cataluña, los catalanes no secesionistas lo tenemos difícil. Mientras no quede claro que la secesión es contraria a los intereses de la mayoría de catalanes, sea cual sea su sentimiento de pertenencia, los secesionistas jugaran con ventaja. Mientras se contrapongan banderas, la ventaja será de los indepes. Mientras no se explique hasta la saciedad el carácter retrogrado, supremacista y racista del nacionalismo, el constitucionalismo irá a la defensiva.

El afloramiento de banderas españolas en Cataluña es lógico. Es una reacción de afirmación de quienes se han sentido durante mucho tiempo ninguneados. Ciudadanos de segunda. Son ciudadanos cuyos sentimientos se han criminalizado. Se ha querido que sientan vergüenza de su identidad. Bienvenido sea, pues rompe la falacia de un único pueblo tan preciada por el nacionalismo.

Sin embargo, el vencedor de la batalla por la hegemonía será quien finalmente decante a su favor de forma estable a los ciudadanos cuyas señas de identidad personales no se acaban en la pertenencia a una comunidad nacional. De aquellos que se sienten ciudadanos más que pueblo.

Para ello es necesario desmontar el imaginario colectivo creado por cuarenta años de gobiernos nacionalistas. Pero eso debe hacerse desde Barcelona, y no parece que ni tan siquiera todos los partidos constitucionalistas estén por la labor.

El independentismo quiso atraerse a este sector social a base de presentar su proyecto como la panacea universal. Todo serían ventajas. Ningún coste. Paralelamente presentaba a España como un país fallido, a la deriva. Incluso incapaz de defenderse ante las acometidas secesionistas.

Hay que aprovechar la quiebra del discurso secesionista, su división, su incapacidad para llevar a la práctica sus delirios, para dar la batalla ideológica

Esto ha cambiado. La recuperación económica, la fuga de empresas y el aislamiento internacional han hecho mella en el discurso secesionista. Ahora intentan rearmarse hablando de democracia, de libertad de expresión.

Debemos responder con contundencia a las nuevas mentiras. Hace unos días, en un programa de televisión, un contertulio hablaba de España como un Estado fascista. Tuve que recordarle que en un Estado fascista el programa en cuestión no se estaría viendo en una televisión pública en prime time.

No tuve respuesta.

También tuve que recordar lo que es una dictadura. Son múltiples los ejemplos, desde Franco a Stalin, pasando por Pinochet, Videla o Galtieri. Conviene recordar a estos últimos ahora que tenemos por aquí algunos revolucionarios frustrados que se fueron de sus país y han sido acogidos, como debe ser y como lo fueron los emigrantes españoles, pero que si fueran mínimamente honestos no dirían lo que dicen sobre España. En España ni se mata ni se encarcela por ideas. Hasta Amnistía Internacional lo afirma. Si así fuera, estarían procesados otros muchos políticos que han mantenido las mismas ideas o más radicales que los exconsellers.

Por cierto, espero y deseo que cesen en la reiteración de su actividad delictiva y puedan salir de la cárcel y hacer la campaña electoral con normalidad. En España no se ha prohibido el independentismo, sino determinadas actuaciones contrarias a la ley. Una ley democrática basada en una Constitución avalada por la mayoría de españoles, incluidos los catalanes. Que trabajen para reformarla. Si consiguen las mayorías necesarias, todos los demócratas aceptaremos lo que se decida, nos guste o no.

Hay que aprovechar la quiebra del discurso secesionista, su división, su incapacidad para llevar a la práctica sus delirios, para dar la batalla ideológica. Desde luego, hacerlo con una escuela que rema en sentido contrario y con unos medios públicos muy beligerantes no es tarea fácil. Pero es imprescindible a medio y largo plazo. No confío en que los partidos hagan esta labor. El medio y largo plazo sólo interesa a políticos de convicciones robustas, muy escasos en la actualidad.

Es por tanto la sociedad catalana la que debe trabajar en esta línea, creando pensamiento y presionando a los partidos. Si no lo hacemos, el futuro será muy inestable. Y para Cataluña y España la permanente inestabilidad, la indefinición del futuro, nos perjudica muy gravamente. El 21D es un primer hito sin duda importante. Pero sólo el trabajo a medio y largo plazo puede darnos la estabilidad que Cataluña necesita.