Ufff, ha sido oficialmente confirmado: Ramón García volverá, este fin de año, a dar las campanadas en TVE, desde la Puerta del Sol.
El año pasado no lo hizo y causó tremenda tribulación entre los respetables ciudadanos. Su regreso a la tele pública es netamente tranquilizador.
La vida es áspera, el mundo es hostil y sólo nos faltaba que al tragar las uvas y pensar los deseos nos faltase la simpática compañía de Ramontxu, con su elegante capa española, su buena disposición y su bonhomía un poco locoide.
Yo no quiero pasar otro lluvioso fin de año en Oporto, tragando pasas en vez de uvas en un local mortecino, aunque sus dueños fuesen gente de una gran cordialidad. Vino dulce espumoso para beber. Frente al océano encabritado. Así es como he pasado los últimos 45 años, y al día siguiente, uno de enero, torturado por la resaca, veía en diferido la retransmisión de TVE. Y seguía lloviendo.
¿Puedes imaginarte algo más triste que una retransmisión de fin de año contemplada el uno de enero por la mañana desde un país extranjero? Yo ya no quiero más eso.
¡Yo quiero a Ramón García! Bien por el director de TVE que, vaya usted a saber con qué zalamerías, a saber con qué filigranas persuasivas, lo ha devuelto al redil... zalamerías y filigranas que sin duda no han sido relativas a sus emolumentos pues no es posible dudar de que Ramón García cantaría las campanadas gratis en TVE, y si no lo hace gratis, si no lo hizo el año pasado, no fue por dinero sino por algún desencuentro, algún malentendido que, como se ve, era subsanable.
En un país que ha renunciado a todas las tradiciones, Ramontxu, con su capa sobre los hombros, con su alegría, con su desenvoltura, es la tradición encarnada, y personifica la esperanza
Ramontxu --¿cómo lo explicaría yo?-- es la desenvoltura, es la caradura, es la convicción de que sin méritos especiales y sólo por caer en gracia uno está en la pomada. ¡En la Puerta del Sol! E incluso liga --metafóricamente, en mera representación-- con una señorita vasca de buena familia, Anne Igartiburu, lo cual ya tenía mérito cuando ésta era una vestal rutilante, pero yo diría que aún tiene más mérito ahora que ha madurado suculentamente...
En un país que ha renunciado a todas las tradiciones, él, con su capa sobre los hombros, con su alegría, con su desenvoltura, es la tradición encarnada, y personifica la esperanza de que hasta mi sobrino el tonto saldrá adelante, ya que el mundo es benigno y nosotros hemos tenido una buena suerte que no se acabará mañana ni pasado mañana.
Acaso Ramón y Anne pasan por la vida sin darse cuenta de nada. Sin saber. Eso es lo que pienso y lo que envidio. Y al mismo tiempo comprendo que es posible que mi impresión esté totalmente equivocada, y que ambos tengan una vida interior muy intensa, pero yo no me haya enterado porque siempre los veo vestidos de gala.
A mí me disgustan los programas que TVE emite antes del Telediario del mediodía, donde se nos informa de que Fulano y Mengana esperan un hijo y son muy felices, y que Zutano y Merengana, que se habían discutido, se han reconciliado: programas que han sido el escaparate de Anne, su pasaporte a la fama, a la voz de "¡Hola, corazones!". No es que me disgusten: me encabritan. Pero me da igual. Yo quiero verla, con Ramón, el 31 de diciembre.
Puede ser por pura rutina, puede ser porque en tiempos de tribulación interminable el eterno retorno de lo idéntico me sosiega con su mensaje de que no pasa nada irreparable. Puede ser por una celebración surrealista de lo que no tiene remedio. Puede ser porque uno no puede estar en guerra permanente con el mundo. Y por eso he elegido a Ramón para estar de acuerdo. ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!