Eduard Punset es conocido por su faceta de divulgador científico, pero antes de esa larga etapa de su vida tuvo un notable protagonismo político como conseller de Josep Tarradellas, como ministro de Adolfo Suárez, como diputado del Parlament, como eurodiputado e incluso como líder de su propio partido, el efímero Foro.

Ayer publicó un artículo muy comentado en La Vanguardia con el título ¿Por qué me tengo que callar? en el que se suma definitivamente al nacionalismo catalán.

La tesis central del texto es que en España no existe separación de poderes y que “aún vivimos en un país donde alguien puede ir a parar a la cárcel por sus ideas políticas”, una reflexión respetable pero que no se ajusta a los hechos.

Dos activistas y ocho políticos independentistas están en prisión, sí. Y otros van a eludirla tras pagar una fianza. Pero los dirigentes de la CUP, máximos exponentes y defensores de las ideas de revolución, desobediencia e independentismo, responsables en buena medida de la deriva de los últimos años de las instituciones catalanas, gozan de la libertad más absoluta. La acaban de emplear poniendo al país patas arriba con el corte de carreteras y vías de ferrocarril a través de los nuevos instrumentos revolucionarios con que pretenden reemplazar a los sindicatos y hasta el propio Parlament.

Ese argumento de Punset cae por su propio peso y, con todos los respetos, no merece mayor detenimiento: nadie está preso por sus ideas. Lo que sorprende del artículo son los elementos autobiográficos que utiliza para alistarse en la Cataluña humillada por España.

El hilo conductor de ese camino es su acento catalán, es la vergüenza que sentía a su llegada a Madrid a mediados de la década de los 50 cuando tenía que hablar en público. Da a entender que aún no ha digerido que su padre le obligara a formarse en la capital, donde podían reírse de su acento; o al menos él lo temía. Su progenitor, médico de profesión, quería que saliera del pueblo, que estudiara y que dominara el español.

Recurre a la persecución de su “lengua materna” y defiende a quienes “de nuevo están otra vez en la cárcel”, una alusión al retorno de la dictadura franquista

Sesenta años después, un hombre tan viajado y leído como Punset recurre a la persecución de su “lengua materna” para construir un discurso en defensa de los activistas y los políticos que “de nuevo están otra vez en la cárcel”, una alusión al retorno de la dictadura franquista que tanto denuncia el soberanismo estos días.

Su declaración de principios viene a esta columna no para ser criticada, ni denostada, sino como un ejemplo que ayuda a entender lo que está ocurriendo en la sociedad catalana, a entender lo que cuesta tanto trabajo entender.

Punset no parece haber tenido mayor problema por su acento durante los largos años que ha hecho divulgación científica a través de la televisión pública española despertando las mismas simpatías que Johan Cruyff, Eugenio o Rafaela Carrá, personajes populares que nunca --aparentemente-- llegaron a dominar el castellano y que hicieron de su forma de hablar una característica fundamental de su personalidad.

Punset recuerda a su madre y se da cuenta ahora de que la lleva “muy adentro, tanto como la lengua y el acento en que me hablaba”. Es curioso, pero un hombre que ha dedicado tantos años a la ciencia, que incluso en su perfil de Twitter se presenta diciendo algo tan poco creyente como que “hay vida antes de la muerte”, se pone místico, se pone religioso, para denunciar que España es una dictadura que encarcela a la gente por sus ideas, la última letanía del nacionalismo catalán.

Pues eso es lo que está pasando en este país. Que una buena parte de sus ciudadanos --incluso los científicos-- se ha instalado en el mundo de las creencias, incluso reescribe los hechos desde ese púlpito, confunde conceptos como acento y lengua, y niega crédito a todo lo que no coincida con la nueva verdad revelada.