Me han hecho falta años para desmontar el doble discurso de Tariq Ramadan.
Desde 2009, sabía que llevaba, además, una doble vida, al contrario de lo que preconiza en sus numerosos sermones sobre "la concepción islámica de la sexualidad". Pero no podía escribirlo. Los hechos más graves no podían ser revelados sin pruebas sólidas, sin que al menos una víctima presentara denuncia. Otros hechos, aunque muy reveladores de una patología tan hipócrita como misógina, conciernen a su vida privada. Tenía suficientes pruebas materiales sobre la duplicidad de Tariq Ramadan como para que no hiciera falta entrar en ese terreno. Pero alerté a colegas e incluso a lugartenientes de Ramadan al respecto. Sin que se produjera ningún efecto.
Los groupies del predicador siguieron citándolo para recordar que las relaciones sexuales fuera del matrimonio eran haram. Yo me sonreía al escuchar los sermones puritanos sobre la tentación y el deber de castidad. Como ese cassette sobre "los grandes pecados", donde trona contra los hombres que se atreven a bañarse en piscinas mixtas: "¡Tú vas allí y, forzosamente, sientes una atracción!". En esa prédica, apremia a sus fieles para que "militen" por "lugares donde el ambiente sea sano", es decir, piscinas no mixtas, segregadas para hombres y mujeres. El tono de los cassettes no es el del Tariq Ramadan civilizado de los platós de televisión, sino el de un predicador obsesionado por la sexualidad. Una obsesión que siempre traiciona una neurosis más personal.
Cuando hago balance de todos los predicadores integristas, ya fueran cristianos o islamistas, sobre los que me ha tocado investigar, creo que no me he tropezado ni una sola vez con un hombre que llevara una vida sexual equilibrada, o simplemente conforme con lo que predicaba. El mundo rebosa de ejemplos de tele-evangelistas homófobos que tienen relaciones homosexuales, de sacerdotes pedófilos y de predadores sexuales islamistas.
Cuando hago balance de todos los predicadores integristas, ya fueran cristianos o islamistas, sobre los que me ha tocado investigar, creo que no me he tropezado ni una sola vez con un hombre que llevara una vida sexual equilibrada, o simplemente conforme con lo que predicaba
En el caso de Tariq Ramadan, se diría que estamos ante un comportamiento digno de Harvey Weinstein, quizá en más violento. Si escribo esta frase hoy, que podría costarme una denuncia y un proceso judicial por parte de principal interesado, es porque una mujer, Henda Ayari, ha tenido el valor de denunciar a Tariq Ramadan por violación, agresión sexual, acoso e intimidación. Por supuesto, Ramadan lo niega y va a denunciarla a su vez. En las redes sociales, uno de sus lugartenientes más fieles habla ya de un complot "sionista internacional". Sus fans acusan a la víctima, una salafista arrepentida, de mentir y querer hacerse publicidad (...una publicidad envidiable, como es sabido). Yo no la conozco personalmente. De lo que sí puedo dar testimonio, es que su relato, preciso y terrorífico, se parece enormemente al de otras cuatro mujeres a las que sí he conocido.
Fue en 2009, en vísperas de mi famoso debate con Tariq Ramadan en el programa de Frédéric Taddeï. La prensa lo había anunciado. Una primera mujer contactó conmigo para explicarme lo que ella había vivido. Yo desconfiaba: ¿no sería un falso testimonio para hacerme caer en un renuncio? Con Tariq Ramadan, una puede esperarse cualquier cosa. Al principio, no respondí. Sus escritos se volvían precisos. Para quedarme tranquila, acabé aceptando verla. Me enseñó primero SMSs, y después fotos edificantes. También me puso en contacto con otras chicas; todas habían vivido más o menos una historia similar. Una petición de consejo religioso, que se transforma en una relación sexual compulsiva, a veces consentida, frecuentemente violenta y muy humillante, antes de acabar en amenazas.
Una de las chicas había sufrido un maltrato que podía ser objeto de denuncia, y la puse en contacto con un juez. Pero Tariq Ramadan le daba mucho miedo. Se sentía observada, era claramente demasiado frágil para perseverar en la denuncia. Mi conciencia me impedía empujarla en un camino del que temía que saliera hecha pedazos: estoy bien situada para conocer la violencia de la que son capaces las redes de los Hermanos Musulmanes cuando alguien se enfrenta al "hermano Tariq". Oigo a algunos frívolos que se mofan y vienen a decir que "todo el mundo lo sabía, pero nadie lo dijo". Están muy lejos de imaginarse el tornado que se habría abatido sobre esa pobre muchacha si se hubiera atrevido a romper la omertá en aquella época. Ahora que Henda Ayari ha tenido ese valor, es distinto. Mi deber es invitar a todas aquellas que pueden a dar su testimonio. En la prensa o en el juicio. Para no abandonarla, para no dejarla sola frente a la jauría.