Mariano Rajoy ha conseguido mantenerse al margen. El duelo al amanecer enfrentará finalmente al fiscal general del Estado, José Manuel Maza, con Carles Puigdemont. Maza esperará a que Puigdemont haya sido cesado y a que haya proclamado la República catalana para acusarle de sedición. El ministerio público quiere empitonar a un outsider que fue designado a dedo para hacer de president, el gran rol en el drama shakespeariano de la nación bajo la congoja. Mientras tanto, Artur Mas se va de rositas (con los 5 millones de euros entregados gracias a la cuestación del pueblo engañado) y Junqueras, acojonado vivo, permanece detrás de algún tresillo del episcopal de Solsona entre copitas de ambrosía y pastelitos de pa de pessic.
Viajamos a Joseph Conrad, cuyo duelo entre dos oficiales de las águilas de Napoleón se convirtió en leyenda por su reflexión evanescente sobre la naturaleza de la ofensa, la dualidad obsesiva y la necesidad del otro. El independentismo como fronda conradiana, está de repente en la estela de Los duelistas, novela del gran narrador de origen polaco, que hablaba ruso y escribía en francés, y ópera prima en el cine de Ridley Scott, en una cinta protagonizada por Harvey Keitel y Keith Carradine.
Lástima que lo nuestro sea tan serio, tan dramáticamente hispano, tan atormentado. En España, la distancia entre realidad y sueño es la misma que hay entre Fortuny y Goya; entre el campo de Marte y los caprichos. El padre de la psicología evolucionista, Steven Pinker, visitante asiduo en nuestro suelo, identifica las ideas que han hecho posible el progreso como un fruto de la ilustración. Y las identifica a partir de su reverso negativo: el nacionalismo, el populismo, la religión, la hostilidad de algunos intelectuales frente a las ciencias o el terrorismo como dolor total y amenaza existencial (sustituto del terror nuclear, después de Hiroshima y antes de Pyongyang). Confundido entre los viejos prematuros, Pinker, con el blanco iridiscente de su melena al viento, se pasea por nuestras calles sorprendido de que seamos capaces de atormentarnos por los avatares del populismo autoritario. Él une a Trump, al Brexit y al nacionalismo catalán para recordar que la irracionalidad tiene votantes y a veces son mayoría. Es canadiense, pero tuvo que marcharse en plena fiebre québécois, para volver a sentirse libre. Su viaje se fundió entonces en la vieja Commonwealth; finalmente, recaló en la metrópoli como reacción al localismo empobrecedor.
Los ejércitos de ambos bandos se estremecen al comprobar que el fiscal Maza ha salido de sus filas para retar directamente a Puigdemont, ante el Tribunal Supremo
Los intelectuales de nuestro siglo son jinetes de un imaginario ejército austro-húngaro cabalgando en solitario tras un enemigo inalcanzable por llanuras desoladas. Caen sobre ellos el cielo plomizo de los mundos identitarios y la niebla de las etnias. Nunca consiguen zafarse y mueren en el intento, como le ocurrió al Baron Bagge de Alexander Lernet-Holeina, el oficial que abandonó su brillante carrera militar para adentrarse como narrador en las crónicas de la caballería. Los buenos pensadores representan la individualidad que reclamaba Ortega ante el furor del pensamiento único. Ellos saben que, en la batalla jurídica entre Cataluña y España, acabará ganando el más fuerte; quienes han planteado el desafío (el Govern y la mayoría soberanista en el Parlament) utilizan la justicia humanitaria como maniobra de legitimación.
El conflicto llega al Senado, una cámara de ratificación que solo se encarga de la segunda lectura de las leyes del Congreso, y que nunca ha cumplido su carácter de cámara territorial. Y lo peor es que su representatividad no depende de los parlamentos autonómicos sino de los cargos nombrados a dedo por los partidos políticos, precisamente porque los partidos así lo han querido, a lo largo de casi 40 años.
Los ejércitos de ambos bandos se estremecen al comprobar que el fiscal Maza ha salido de sus filas para retar directamente a Puigdemont, ante el Tribunal Supremo. Será un duelo entre el poder inmediato de la Fiscalía y el poder mediato del aforado dispuesto a negociar (como si esta baza fuese todavía posible). El primero no dará opción al segundo. Maza reducirá a Puigdemont a rey sin corona; practica, dicen, la alegría del Superhombre que adornó Nietzsche, convencido de que en el fondo del alma humana hay un instinto de sometimiento y otro de sumisión.
Después de dejarnos un país destrozado y económicamente hundido, el soberanismo se desvanece ante la potencia robustecida del Estado
El tiempo de libertades impuestas más allá de las leyes se agota. Afloran los límites privados del president Puigdemont y de toda su cohorte. La pipolisation, que dicen los franceses, asoma como un producto inútilmente defensivo. Después de dejarnos un país destrozado y económicamente hundido, el soberanismo se desvanece ante la potencia robustecida del Estado. El Govern se bate en retirada, pero detrás de su línea Maginot se anuncian el paro, la caída de la liquidez, el derrumbe exportador y la deslocalización de activos, que viene después del cambio de sede de muchas empresas.
Los líderes indepes han perdido su apuesta. Nosotros, además de muchas amistades, hemos perdido el ritmo de crecimiento y la diversidad de una economía que estaba sólidamente asentada sobre sus empresas. Nos espera el abismo por mor de cuatro irresponsables. Puigdemont lleva meses con la polla fuera, pero de repente ha dejado de sacar pecho.
Su duelo con Maza será al despuntar el alba. Para los padrinos del Fiscal (Casado y García Albiol) el poder absoluto es una muestra de apego. A mí, como a tantos, me embarga la tristeza.