No hay nada más acorde a la estampa (vetusta) de lo español que concentrarse en una plaza de toros, el ancestral territorio cercado de la sangre, las moscas, los tercios de la muerte y los clarines. Pero, por esas extrañas casualidades de la vida, o quizás no tanto, el primer mitin de los hacedores de la inminentísima República Catalanufa eligieron un coso taurino para celebrar su primer “mitin ilegal”, según presumían con alegría ante su público. En efecto, la cosa es simpática: cuando ellos mismos admiten estar en una concentración no amparada por las normas de la democracia, al enunciarlo, traicionan el principio parajurídico que de forma bastante efímera instituyó el Parlament suicida sobre el que quieren edificar su Iglesia.

Si lo miramos despacio, no sólo les traiciona el lenguaje --que es la mente--, sino su voluntad de subvertir los símbolos heredados. La arquitectura, en esto, presenta un problema: fija las ideas en piedra. El Tarraco Arena será para la eternidad una plaza de toros aunque en su interior no se lidie nunca más hierro alguno. El cambio de uso, que no es sino una forma de suplantación, intensifica la función original para la que fue construido este edificio, elegido como punto cero para sacar a las calles el cuento de la soberanía a la carta, el dogmatismo etnicista y, sobre todo, ese orgullo de estar atracando a tus compatriotas, especialmente a los más humildes. Si esto es un mambo, como ha dicho la CUP, se parece mucho al que bailaban los cafeteros caribes ante la vista de los pobres braceros, que son a los que quieren quitar el dinero de la caja única con la que --todavía-- se financia la cohesión social española.

Evidentemente, todo esto a ellos no les importa res. “Abriremos las páginas web que sean necesarias y subastaremos todo el material que sobre del referéndum”, dijo Cocomocho (Ramón de España dixit) Puigdemont. ¿Entonces es que va a sobrar algo? Reparen ustedes en el lapsus: mentar la nostalgia antes de empezar no parece buen comienzo para proclamar nada. Y menos para alumbrar el Nou País. Como líder mesiánico, el presidente de la Generalitat, que lleva mal su condición de (ex)autoridad autonómica, dado que llevaba oculto en su interior un gen imperial que viene de las ubérrimas razas del Mediterráneo, no tiene precio. ¿Y qué decir de la corte de rufianes y arrufates, que califican de “demofóbico” al mismo sistema legal que pacíficamente les ha permitido hasta ahora liberar al poble? No hay palabras.

¿Y qué decir de la corte de rufianes y arrufates, que califican de “demofóbico” al mismo sistema legal que pacíficamente les ha permitido hasta ahora liberar al poble? No hay palabras

La batucada soberanista, que manifiesta una insólita alegría de campanario, piensa que su ficción jurídica, anulada ya por el TC, comienza a tomar cuerpo en las calles, las alamedas y los cerros. Se hace carne y bandera. E, igual que en misa, ahora viven ese momento místico de la transubstanciación, en el que la hostia y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Dios. Ansiosos, los fieles se preparan para consumar el acto caníbal en una plaza de toros. Sublime. El único inconveniente que tienen todas las misas --especialmente para los devotos-- es que antes o después terminan. Y uno, según dicta el ritual, debe irse a casa en paz, en vez de buscando guerra con los vecinos. En esto los indepes no son nada católicos: “L'Estaca caerá esta vez del todo”, proclaman emulando a Llach, cantautor oficial del prusés.

Tenemos que reconocerles varios méritos: han conseguido, además de hacer el ridículo planetario, sumar a su causa a Podemos, cuyos líderes se han hecho soberanistas en horas veinticuatro, sin problemas, traicionando las esencias del jacobinismo que los llevó --parece ya toda una eternidad-- a gozar de un relativo éxito social. El posicionamiento del partido de Iglesias, ora pro nobis, certifica el estancamiento de su proyecto político. Al tacticismo sólo juegan quienes no logran la hegemonía social, que siempre fue la meta del primitivo proyecto. El otro gran apoyo, tan singular como miserable, es el de Otegi, al que en Las Ramblas últimamente reciben como si fuera un héroe, siendo en realidad un condenado por delitos de terrorismo. No se puede llegar más alto en la política que con éstos compañeros de ruta.

Han conseguido, además de hacer el ridículo planetario, sumar a su causa a Podemos, cuyos líderes se han hecho soberanistas en horas veinticuatro, sin problemas, traicionando las esencias del jacobinismo que los llevó a gozar de un relativo éxito social

Los supremacistas del soberanismo creen que es imposible imputar a los 700 alcaldes que apoyan el referéndum ilegal. “El Estado (léase España) no puede encerrar la voluntad de un pueblo”, argumentan. No es exacto: la ley procesará a quienes firmen, como autoridades, la conculcación de los principios del Estado de derecho. Nada más. Al pueblo no le ocurrirá nada; entre otras cosas, porque no es uno, sino múltiple: está en la libertad que habita en la conciencia de cada ciudadano. Los de la CUP ya tienen decidido hacerse los mártires y tirarse al monte, igual que los castristas en la Sierra Maestra. La maestra historia nos enseña a este respecto que lo que al principio parece heroico, como el asalto de los barbudos a la Cuba de Batista, muy pronto se vuelve totalitario, arruina al pueblo que se prometió emancipar y se apropia --para el lujo personal de los libertadores-- de la riqueza colectiva, consumando la privatización de los esfuerzos y socializando las desgracias.

Es cuento viejo, como diría Günter Grass. Va así: primero se establece por decreto la rebeldía institucional, notable oxímoron. Después se trasladan los ahorrillos a Andorra. Más tarde terminan prohibiéndose las risas, que han convertido en partidarias, como si uno tuviera que sonreír(les) por decreto. El mambo es un baile intenso pero termina pronto. Será la noche que Junqueras, ese cráneo privilegiado, se dé cuenta de que en la hucha no queda plata y las nóminas de prusés entren en mora. La interpretación marxista de la historia, en este punto, es infalible. Cuando los abonados del tercio de sombra del Tarraco Arena comprendan que quien les paga es España, que es imposible cumplir dos legalidades contradictorias, y que las ficciones, utopías regresivas incluidas, son enajenaciones de la realidad, igual descubren que las novelas burlescas tienen principio, sí, pero también un fin. Es irremediable.