Lo peor que le puede pasar a la política es que se convierta en una metáfora de un partido de fútbol. Que si en Sevilla es un Betis-Sevilla; en Asturias, un Gijón-Oviedo; o en Galicia, un Celta-Depor... en Cataluña es un Real Madrid-Barça.
Los sevillanos, los asturianos y los gallegos saben bien de qué va, como los merengues y los culés. Sólo unos pocos ven la realidad con los dos ojos, de frente. La mayoría lleva puestas las orejeras como los mulos de carga. Esta reacción los sicólogos la conocen bien: la gente cree lo que quiere creer.
Dejo el fútbol como metáfora para vincular la literatura y la política. Con una visión de fuera y de dentro de Cataluña. La de fuera fue hace un siglo: el rector de la Universidad de Salamanca, el vasco Miguel de Unamuno, escribió que "a los catalanes sólo les preocupa la estética" porque quieren parecer que son coherentes.
Cien años después se repite la sentencia: los jueces de las tres principales asociaciones profesionales son unánimes en decir que la decisión del Parlament vulnera la ley, el presidente del Parlamento Europeo ha dicho que atentar contra la ley de un país miembro es un atentado contra la UE... pese a que la banda de Puigdemont lleva las orejeras puestas y repite que ellos cumplen escrupulosamente con la ley.
La visión interior es la del escritor ampurdanés Josep Pla, que en su obra cumbre, el El quadern gris, en la época de Unamuno, dijo lo mismo pero con una visión interior: los catalanes "interpretan las cosas con el pie forzado de los intereses personales exclusivos".
Josep Pla coincidió hace un siglo con Unamuno al apuntar que los catalanes "interpretan las cosas con el pie forzado de los intereses personales exclusivos"
Cuando coincide la visión interna y la externa de dos genios observadores hay motivos razonables para concluir que esa observación no es una percepción subjetiva sino un retrato sociológico realista. Dejando al margen los sentimientos igual de legítimos en los dos bandos. Eso era así hace cien años y vemos que no ha cambiado.
No me voy del mundo de la literatura (y la política). El catalanismo nació como el nacionalismo alemán en el siglo XIX, con un rasgo romántico de vuelta al pasado. Goethe en su obra romántica señera Werther produjo una epidemia generacional de suicidios de jóvenes ante el amor deseado pero imposible de alcanzar.
El amor de los separatas es el sueño de la independencia, un sueño imposible porque se enfrenta a una fuerza superior a la suya, que es la voluntad de España de no romperse. Que también es la voluntad social de los catalanes, un 52% en las últimas elecciones del 27S.
La actual de la mayoría del Parlament no es la sociológica porque, como todo el mundo que no sea ciego sabe (no hay peor ciego que quien no quiere ver), para conseguir un parlamentari en la provincia de Barcelona, con un censo de cinco millones de personas, se necesitan dos votos y medio más que en las otras tres provincias.
Yo también quiero la independencia, pero de las personas, la independencia mental, la de pensamiento. No las que se dejan influir por el ambiente que le rodea. Estoy harto de ver cómo personas de clase media que nunca han sido separatistas sufren de separatitis, un contagio ambiental. Hay que tener carácter para vencer la epidemia.